El extraño caso de Angélica es una película misteriosa y bella. Igual es la manera en que su director, Manoel de Oliveira, nos muestra el pueblo donde transcurre esta historia de amor fantástica que le tomó décadas filmar. El mundo que crea Oliveira es el de una espacio sin presente, donde todos su habitantes parecen fuera de su tiempo y desconectados de lo terrenal. Es en esa planeta, que el director se toma su tiempo para presentar con una noche de lluvia, donde habitan personajes como Isaac, un fotógrafo que resiste en el uso de la imagen analógica y que está obsesionado con el trabajo manual de la tierra. O Justina, la señora que maneja la pensión donde él vive, y que en su micromundo de preocupación por el bienestar de sus huéspedes ve transcurrir sus días.
Una noche lo llaman a Isaac para fotografiar el cadáver de una joven de familia católica de alcurnia, y mientras le saca la foto, ve a través de la lente que ella le sonríe, que revive sólo para él. Ella, hay que decirlo, es la bella Pilar López de Ayala, que también deslumbra en Medianeras. Pero no es sólo Pilar el punto de contacto entre las dos películas. Porque las dos demandan una entrega del espectador. Que se crea los mundos que se proponen, así como creen sus personajes. Es que acá lo misterioso se acepta sin mayores miramientos. Isaac, del que no sabemos nada, sólo que rechaza sistemáticamente los desayunos que la pobre Justina le prepara con esmero, se encuentra con Angélica (con su espíritu, o con ella, no importa) en sus sueños. Allí, él lo dice con desesperación cuando despierta, ya no tiene más angustias y es finalmente feliz. Aunque no importa tanto que lo pronuncie porque ahí está Oliveira, detrás de la cámara para mostrarlo en esos inserts azules y mágicos que muestra a los dos volando por todo el pueblo. Y aunque acá sólo puedo hablar desde mi total subjetividad, no creo que haya mejor manera de ilustrar lo que se siente en esos sueños de los que no se quiere despertar. Esa placidez que da la cercanía con el ser amado, y la amargura y melancolía que provoca el despertar.
Pero El extraño caso de Angélica lejos está de ser una película solemne sobre el amor trascendental. Al contrario, es una película con un gran sentido del humor que no se priva de reírse de su protagonista, quién, mientras más se aleja de sus pocos lazos con el mundo tangible, más ridículo y errático es su comportamiento (como cuando lo vemos gritar ante quién quiera escucharlo el nombre de la muerta en el cementerio, o cuando balbucea frente a los otros huéspedes de la señora Justina tratando de encontrar un sentido a su obsesión). O en todo caso, mejor dicho, sí es una película sobre el amor trascendental, pero también es sobre los desayunos de Justina, y sobre su pajarito siendo observado sin tregua por el gato de la pensión. Es sobre los vecinos y sus charlas bucólicas y también sobre el canto de los labradores de la tierra, pero sobre todo es una de esas pocas películas que, de tan bello que es todo lo que muestra, da ganas de todo, hasta de morir.