Ya no quedan demasiadas palabras para reconocer la creatividad y la jovialidad del gran maestro portugués. En esta oportunidad, nos regala un drama fantástico (un proyecto que concibió en… 1952 y que sólo ahora pudo concretar) sobre un joven fotógrafo (Ricardo Trêpa) que es contratado de urgencia por una poderosa familia para tomar imágenes del cadáver de una bella joven (Pilar López de Anaya). Pero la muerte, al menos a este antihéroe, le ríe (literalmente) y queda enamorado, obsesionado por la difunta, que se le irá apareciendo a toda hora y en todo lugar. No creo, como la mayoría de mis colegas, que se trate de una obra maestra, pero con su ligereza, su desbordante libertad y su estética demodé (hasta los efectos visuales parecen de otra época), se impone como un film decididamente disfrutable.