El maravilloso caso de Manoel de Oliveira
Sería injusto restringir El extraño caso de Angélica a la anécdota que desenvuelve fácilmente, con una hermosa joven repentinamente fallecida y un fotógrafo que –convocado para tomar con su cámara imágenes de ella aún vestida con su traje de novia– termina confundido, hechizado, enamorado. El film de Manoel de Oliveira (Oporto, Portugal, 1908) revela tras una apariencia sencilla una gran riqueza de matices, haciendo de una simple historia de amor con ribetes fantásticos una lúcida mirada sobre sentimientos y anhelos.
Isaac, el joven fotógrafo (interpretado por Ricardo Trêpa), puede ver lo que otros no ven. Enamorado al fin, se desinteresa por la comida o el dinero. Sabe apreciar la belleza que puede haber en un grupo de campesinos trabajando y comprende el sufrimiento de los demás, al punto de compadecerse del marido de Angélica, la muchacha muerta (que encarna sin hablar Pilar López de Ayala, la actriz española de Medianeras). Los demás no ven a Isaac con buenos ojos: algunos familares de Angélica parecen irritados con su nombre, a la dueña de la pensión le inspira desconfianza que le interese lo “antiguo”. Pero él ignora las habladurías y no le teme a lo que alguien llama brujerías: ensimismado, elude lo superficial y su mundo es interior, buscando la gracia en lo que lo rodea y en sus sueños, con su cámara o sus pensamientos. Por eso, la ventana de su cuarto en la pensión está siempre abierta, y él alerta a lo que puede verse y oírse desde allí. Los otros intentan encontrar explicaciones para todo; Isaac simplemente mira, atento a lo que tiene para ofrecerle el mundo con sus misterios. Fotografiar, más que una ocupación, termina siendo un recurso mágico, una manera de encontrar vida y luz donde ya no las hay.
El centenario director de Viaje al principio del mundo (1997) y Belle toujours (2006) le imprime a El extraño caso de Angélica tonalidad de cuento, trocando dramatismo por inocencia. A su ambientación algo atemporal se agrega una caracterización de los personajes a partir de rasgos esenciales (incluyendo el vestuario) y el empleo de sobreimpresiones deliberadamente anacrónicas para las apariciones de Angélica. Al mismo tiempo, muestra al pueblo en el que transcurre la acción como una aldea de fábula, apaciblemente soleada u ocasionalmente mojada por la lluvia. Su film es de aquéllos –excepcionales– en los que se advierte la elaboración de cada plano y donde cada movimiento de cámara aparece justificado. Los diálogos, en tanto, son expresados con parsimoniosa dulzura.
Es realmente admirable el dominio de los recursos y la frescura con los que sigue trabajando Manoel de Oliveira, que en un par de meses cumplirá 103 años. En El extraño caso de Angélica integra elementos provenientes de distintos momentos de la historia del cine (desde los trucos de Méliès hasta situaciones y personajes que traen resonancias de la obra de Dreyer, Bergman o Buñuel) sin énfasis de sabihondo ni reblandecimiento, simplemente jugando como un chico.