Por suerte, existen momentos de placer y placidez absolutos. Es lo que sucede al espectador que decide dejarse llevar por “El extraño caso de Angélica”, obra maestra del centenario –y muy activo– cineasta portugués Manoel de Oliveira. Se trata de un cuento fantástico: un fotógrafo joven que aún se aferra a la imagen analógica, al viejo rito de la película y el revelado, es llamado a fotografiar a una bella mujer que acaba de morir. Pero esas imágenes cobrarán vida, y entonces su vida comenzará a transitar en la delgada línea azul entre el mundo fantástico de los muertos (o de las hadas, porque este es a su modo un cuento de hadas) y una realidad que se va transformando en irremediablemente moderna. Oliveira decide utilizar efectos especiales –que no abundan en sus películas– combinados con una visión de lo tradicional y lo real (a una secuencia donde el protagonista vuela con la joven muerta en un sueño se contrapone otra donde el fotógrafo, por placer, documenta el trabajo de unos agricultores) para generar no un discurso nostálgico sobre el pasado, sino un juicio sobre lo moderno, que es menos condenatorio que resignado. Sobre todo, el film abunda en belleza, en luz, en esa placidez que nos permite recorrer su mundo con el tiempo suficiente como para disfrutarlo. Por cierto, no es una película ingenua ni bucólica, sino con filo y con no poco humor, incluso desencantada. Todo depende de qué queramos sentir con el poético final que nos propone. De las pocas películas perfectas del año.