Film con el estilo deliciosamente antiguo de un artista centenario
La acción, escasa, parsimoniosa, transcurre en una época incierta, donde viejas costumbres supuestamente olvidadas alternan con charlas actuales sobre la antimateria. Una noche, un joven judío, fotógrafo aficionado del pueblo, es convocado por una familia católica para sacar un último recuerdo de la hija, hermosa joven recién casada que ha muerto de repente. Han dispuesto su cuerpo como era natural en otros tiempos para la última foto. Sólo parece estar tranquila durmiendo. De pronto, pero sólo para el fotógrafo, sucede algo inexplicable. No diremos lo que sigue, sólo que el asunto bien puede sumarse a una larga tradición de ancestrales historias románticas propias de esas tierras de meigas, como les dicen, o les decían, los luso-gallegos a sus apariciones.
Antiguo relato de fantasmas, entonces, o de locos de amor, contado de modo deliciosamente antiguo por el centenario Manuel de Oliveira, que aquí se da el gusto de extremar su estilo (largos planos fijos, intérpretes que recitan sus textos de forma monocorde, etc.), pero también su gracia, con dulzura, levedad, sencillez, e incluso con un regocijo que desarman a medio mundo, hasta llevarnos al placer de unos trucos de sobreimpresiones típicos del cine mudo, trucos que lo habrán fascinado cuando chico, igual que esas historias, y que él rescata con la sabiduría evocativa de los viejos y el inocente asombro de los niños.
Detrás hay algunas metáforas sobre la imagen, la mirada, la cámara, y la obsesión por esa realidad paralela con la que conviven los artistas, los enamorados, y los locos. También las metáforas son viejas, pero siguen frescas, igual que otros placeres que el hombre expone hoy para nosotros. El actor es su nieto, Ricardo Trepa, a quien ya vimos haciendo también un personaje obsesionado por una criatura más o menos ilusoria en «Singularidades de una muchacha rubia», sobre la caprichosa belleza que el paseante ve apoyada en una ventana, y más le valdría no haber conocido. Pero éesa es otra historia. Detalle interesante, la belleza que vemos con el nombre de Angélica es la misma de «Medianeras», Pilar López de Ayala.