A los 100 años, de Oliveira nos da una nueva demostración que no hay edad para la inspiración. Divertida e irónica, fábula con elementos oníricos y surrealistas, efectos digitales, además de una crítica a las rutinas y supersticiones que tienen los habitantes de pueblo.
Una reflexión sobre como la gente cobra vida en el interior del arte. El protagonista de esta obra, un fotógrafo, vive rodeados de muertos vivos, pero cuando ve Angélica su mundo cambia, en realidad ésta solo cobra vida en el interior de la cámara. Al protagonista esta relación no le gusta nada. La joven fallecida llega a sus “sueños” en forma de espíritu y lo enloquece.
De Oliveira se toma su tiempo para construir los planos y no hacer cualquier cosa. Encuadres perfectos, llenos de profundidad y proporción aurea. Posándose en la geografía de la ciudad portuguesa.
Hablar mucho más le va a quitar la magia y sorpresa a esta clase magistral de cine. Más allá de cierta lentitud en la forma en que avanza la trama, es una película simpática, de interpretaciones irregulares, que valoriza la importancia de las legendarias cámaras de fotos: una fuerte crítica al cine, al mismo tiempo. La foto es eterna. Uno ve El Extraño Caso... y no recuerdo la génesis cinematográfica, sus patriarcas más experimentales como los Lumiere o Meliés. Para ellos está hecha la película.
Absurdo, romance, drama. No le falta nada más a este cocktail majestuoso del director más innovador de los últimos tiempos.