La belleza según los muñequitos de Jack
El regreso a la pantalla grande de esta obra maestra de la animación trae, como novedad, que pueda verse “en relieve” con anteojitos. El film que se volvió en icono universal aparece, aún, como insuperado en su género.
El extraño mundo de Jack se ha convertido, quince años después de su estreno, en un verdadero fenómeno de culto. Casi nadie ignora quiénes son Jack, Sally o Zero; las canciones compuestas por Danny Elfman han influido en millones de personas que repiten varios de sus estribillos; muchas de sus imágenes forman –por enorme derecho– nuestra iconografía cotidiana. Todo merecido: El extraño... es una de las grandes obras contemporáneas; un film al mismo tiempo dulce y amargo; una aventura onírica y una metáfora política; la pura belleza en forma de muñequitos. Si bien es cierto que el film es hijo de la imaginación de Tim Burton, es también fruto de la precisión animada de Henry Sellick (ver, para más pruebas, Coraline). Cuando ya los presupuestos de films animados rondaban los treinta millones de dólares, con infinita paciencia y casi sin computadoras éste costó 18. No fue un megaéxito; como El ciudadano, El mago de Oz, Vértigo o Fantasía (todas películas que tienen puntos de contacto estilísticos o temáticos con El extraño...), creció en la memoria colectiva con los años. Su reestreno en 3D es para festejar, sin dudas, y para tener la oportunidad (nocturna, compleja) de volver a disfrutarla en pantalla grande.
Aunque casi todo el mundo conoce la historia, aquí vamos: las fiestas del año se generan en diferentes “tierras”, a las que se llega atravesando cortezas de ciertos árboles, túneles a la manera del de Alicia. El rey de Halloween, Jack, perfecto asustador, alegre y bondadoso líder de su pueblo de vampiros, momias, frankensteins y monstruos varios (“no somos malos, sólo hacemos nuestro trabajo”) tiene una inquietud en el corazón, está aburrido y, por accidente, descubre la tierra de Navidad. Decide, pues, ahorrarle el trabajo a Santa Claus y hacer una Navidad él mismo. Pero no comprende bien qué significa y, finalmente, todo termina –casi– en desastre.
Como muchos films de Burton, pues, se trata de una historia navideña (esas que implican siempre la aparición milagrosa de la alegría y la esperanza, como lo fue también esa obra maestra de Batman vuelve). Como siempre, además, los monstruos son los más humanos (esos militares que bombardean sin preguntar el trineo-ataúd del atribulado Jack) y el amor tierno de la pareja humana, el refugio y la redención (Sally, con la voz de esa gran actriz llamada Catherine O’Hara, alguna vez la madre de Mi pobre angelito). La música de esta comedia musical es, además, un homenaje constante a Kurt Weill, de quien Elfman –también la voz “cantante” de Jack; cuando habla es Chris Sarandon– toma tonalidades, instrumentos, orquestaciones y climas (que cuajan perfecto con la melancólica Halloweentown).
En 3D, la película gana esa sensación de juguete –adecuada al tema y a la forma– que provee la animación con marionetas (una técnica difícil y bella, producto del amor por la artesanía y el juego) sin que se incorporen artificios a la obra original. Eso sí: siendo una película mucho más vista en video y en televisión que en cine, quienes la conozcan o la hayan disfrutado de chicos en vetustos VHS o novísimos DVD encontrarán otra sensación, otra película, un verdadero espectáculo que justifica plenamente que aún nos encontremos en una sala oscura para sentir emociones. Esto es Halloween, no hay dudas.