La melancolía del maquinista
El film del noruego Bent Hamer construye un relato conmovedor, con tramos de sorprendente candor y toques de humor que toman por sorpresa al espectador, en el singular paisaje de Oslo. Una co producción bien contada.
Fue en la edición del Festival de Cannes del año 2007 cuando se presentó El Extraño Sr. Horten en la sección "Una cierta mirada" para obtener en esa oportunidad los primeros reconocimientos. Su realizador, Bent Hamer, ya había estrenado "Factotum", sobre cuento del siempre polémico Charles Bukowski, con Matt Dillon, Marisa Tomei y Lily Taylor. En forma inmediata, comenzó a acompañar el film que hoy comentamos en diversas muestras de cine noruego, ya que este es su origen, aunque se graduó en este campo en la ciudad de Estocolmo. Y como puede ver el lector, "El extraño Sr. Horten" es una co?producción que nos permite reconocer diferentes tipos de vínculos que trataremos de ir caracterizando.
Si bien el título original no lleva en sí el vocablo extraño, simplemente, sí, el apellido, un nombre propio del protagonista; debemos señalar que la analogía está dada en que el nombre de pila del mismo es Odd y que, según consultamos, el mismo podría traducirse como "singular", "extraño", "raro", "desacostumbrado". Sabemos que la sinonimia no nos autoriza a pensar que todos los términos valen por igual; en tal caso, el lector, será él y sólo él, quien considere cuál de estas palabras (si es que no haya tenido en cuenta otra) es la que elige para caracterizar a este film, O'Horten, cuyo personaje tiene como primer nombre, Odd.
Y al estar en el territorio de lo extraño, este que la mayor parte de los teóricos y críticos le han reservado al arte, el que permite reconocer a la experiencia, a los hechos cotidianos desde otro ángulo, a un simple objeto desde una perspectiva diferente, podemos elegir partir de esos últimos momentos de la vida laboral del Sr. Odd O'Horten ya con sus 67 años, cuarenta años conduciendo desde una cabina de trenes el trayecto Oslo?Bergen. Desde esa cabina, cerrada, mirando siempre en la misma dirección, cabina vidriada, silenciada al mundo exterior, atravesando helados escenarios, despoblados territorios.
Lejano actor de la cinematografía danesa, Baard Owe, protagonista de films de Carl G. Dreyer y en los '90 de Lars Von Trier, nuestro Sr. O'Horten se mueve en un mundo regido por marcados y repetidos compases que fueron regulados por su resignada soledad. Algunos rituales domésticos, la ida al trabajo, la llegada al bar y ese estar allí, tan solo, como tantos otros solitarios, bebiendo cerveza y fumando su pipa.
Con ese reflejo de los films del notable realizador finlandés Aki Kaurismaki, particularmente de "El hombre sin pasado" y "Luces al atardecer", Bent Hamer construye un relato melancólico que nos reserva momentos de sorprendente candor y de sorpresivos toques de extraño humor. Y es que lo extraño se vuelve presencia a partir del momento en que el personaje decide, ante cierta dificultad, tratar de llegar al lugar donde lo están esperando para la fiesta de su despedida por un camino no habitual, como si de una travesura se tratara, en la que le saldrá al cruce un niño.
Un galardón le comienza a recordar que no puede vivir sin volver a la estación de trenes. Allí, montada sobre su pedestal, espera una refulgente locomotora. Pero, al mismo tiempo, las nuevas situaciones, comienzan a activar, a poner en marcha su forma de ser.
Nuestro tan particular y querible Sr. O'Horten, tan cercano a nosotros, nos recuerda por momentos al personaje inconfundible que componía Buster Keaton en la gran ciudad. Con esa mirada extraña, perdida, solitaria.
En varias opotunidades su realizador ha comentado a la prensa que la silueta de Jacques Tati y de su criatura, Monsieur Hulot, están presentes en su Sr O'Horten. No describiré aquí a ambos. Sólo invito al lector a pensar en sus films, en "Día de Fiesta", "Mi Tío", "Playtime" y otras. Y al mismo tiempo, si ya ha visto el film que se ha estrenado esta semana, le propongo ver a nuestro personaje extraviado, con su aire infantil, aunque su rostro nos recuerde al de Vincent Price.
Odd O'Horten visita regularmente a su madre y sobre ella conoceremos mucho más después. Asiste regularmente a su canario y algunas promesas están aún pendientes. Irá descubriendo, más allá de la cabina vidriada de la locomotora del tren, un extraño mundo al que le empezará a sonreir. De una noche de aguas silenciosas y cuerpos desnudos, de azules intensos, logrará un par de zapatos de mujer que lo llevarán hacia un extraño y desconocido personaje que lo conducirá a un mundo de máscaras primitivas y de un salto al vacío, con los ojos cubiertos, en la culminación de un deseo.
De esa noche, Odd O'Horten heredará a Molly y nosotros no sólo la posibilidad de ver cómo el mismo personaje se reinventa a sí mismo y recrea al mundo; sino, además, comprender el alcance de una dedicatoria, que lleva en sus palabras el vuelo de la metáfora.