Camino recto, camino bifurcado
Para un ingeniero de locomotoras como el protagonista de esta tragicomedia que le debe tributo al cine de Aki Kaurismaki y al humor de Jaques Tati -por citar referencias que están al alcance de la vista- retirarse involuntariamente de una actividad a la que ha dedicado 40 años de servicio al frente de una locomotora por la nevada Noruega más que un alivio es un conflicto que lo enfrentará con el tiempo libre y ese ocio forzado que a veces trae aparejada la impostergable reflexión sobre la vida.
Es que para alguien que solamente conoce el camino recto y ordenado, ese que transita y que marca una estación tras otra sin otra sorprsa que el cruce intempestivo de un alce que se atraviese en el recorrido, la aventura de descarrilar -por decirlo de alguna manera- implica un desafío personal al que pocos se atreven por miedo a quedar a la deriva o arrastrados por el devenir de los acontecimientos. A pesar de esa tribulación existencial, Odd Horten (Baard Owe) toma el toro por las astas y emprende un viaje por los caminos bifurcados de Oslo luego de despedirse de sus compañeros de trabajo en una fiesta de retiro; de una madre que observa por una ventana como pasa el tiempo y la vida sin registrar su presencia; de una amante que pregunta si es el final cuando la respuesta es obvia y tan elocuente como la necesidad de Horten de cambiar una rutina por una suerte de deriva controlada que lo llevará a encontrarse con situaciones y personajes secundarios que rayan el absurdo o coquetean de alguna manera con el surrealismo, pero sin perder el horizonte jamás.
El realizador noruego Bent Hamer, también guionista, construye a fuerza de humor asordinado (ese que arranca una ligera risa que no llega nunca a carcajada), melancolía y gran sensibilidad esta tragicomedia existencial con ciertos apuntes del slapstick y del ritmo aletargado que caracteriza a su cine, siempre concentrado en el circuito de festivales internacionales como Cannes, entre los más prestigiosos.
La actuación del experimentado Baard Owe, quien compone el personaje desde los pequeños matices y expresiones gestuales, con su pipa (de ahí la presencia fantasmal de Tati) y su economía de palabras, forma parte de los atributos de este quinto opus del director noruego que se conociera por Kitchen stories (2003) y luego con la extraña Factotum (2005).
A pesar del atraso de seis años para finalmente estrenarlo comercialmente –la película es de 2007-, la sola idea de estar frente a una película europea que logra avanzar sobre las tempestades Hollywoodenses es el mejor aliciente para que el público local apoye a una propuesta diferente, lúcida y que no dejará de entretener pese a su pausado y progresivo desarrollo narrarivo.