"El falsificador": las travesuras de Cioma en el país de los nazis
Basada en un caso real, la película cuenta la historia de Cioma Schönhaus, un muchacho judío de 21 años que –en el Berlín de 1942, nada menos- se propone que nadie, ni siquiera los nazis, le quite su entusiasmo por la vida.
“Shoah no es una película sobre los sobrevivientes”, declaró Claude Lanzmann a este cronista en 1997, en una entrevista con PáginaI12. “Estas personas en Shoah nunca dicen ‘yo’, nunca cuentan su historia personal, nunca dicen cómo escaparon. Ellos no querían contarlo y yo no quería preguntarles sobre eso. No me interesaba, porque Shoah es un film sobre la muerte, sobre la radicalidad de la muerte, y no una película de aventuras sobre una fuga.”
Es injusto comparar cualquier otro film con Shoah, pero las palabras de Lanzmann sirven para posicionar la enorme cantidad de películas que -luego de la experiencia límite del nazismo- se hicieron de “aventuras sobre una fuga”, como él dice. Entre ellas, El falsificador, de la guionista y directora alemana Maggie Peren, que luego de su paso fuera de concurso por la Berlinale del año pasado ahora llega a las salas argentinas.
Basada en un caso real, que se dio a conocer originalmente en forma de una novela escrita por su protagonista, Der Passfälscher cuenta la historia de Cioma Schönhaus, un muchacho judío de 21 años que –en el Berlín de 1942, nada menos- se propone que “nadie, ni siquiera los nazis, le quite su entusiasmo por la vida”, como describe la sinopsis de prensa del film. Ese optimismo a toda prueba de Cioma (Louis Hofmann, el actor alemán que logró trascendencia internacional gracias a la serie Dark) es lo que hace de El falsificador una película banal, por decir lo menos, donde la buena suerte de un individuo en particular oscurece el destino trágico de millones de sus compatriotas. Empezando por los de su propia familia.
No se entiende muy bien por qué Cioma tiene una permanente sonrisa en el rostro cuando sigue malviviendo –controlado por un viejo oficial de la Gestapo y por una agria casera- en el departamento en el que hasta hace poco habitaba toda su familia, deportada hacia “el Este”, el eufemismo que usa la película para no mencionar los campos de la muerte. Pero allí está lo más contento Cioma con sus habilidades manuales, falsificando documentos de identidad que le provee –sin motivos demasiado claros- un funcionario civil bienintencionado y que le paga generosamente con unos cupones de racionamiento que pocos tienen.
Por su extrema juventud, Cioma no llega a ser exactamente un bon vivant (como a su modo lo era el Schindler de Spielberg), pero aspira a serlo. Munido de un imponente uniforme de la Marina que le consigue un amigo sastre, se pasea feliz por la glamorosa noche berlinesa, donde conoce también a su primer amor, ambos judíos como él, pero que no tendrán su misma buena suerte.
¿Suspenso al menos? Tampoco demasiado. Algún momento tenso frente a unos policías que piden documentos y poco más. La realizadora Maggie Peren cuenta las travesuras de Cioma con un entusiasmo digno de mejor causa y con un profesionalismo tan terso como televisivo. Todo el atrezzo parece estar en su lugar, pero falta algo: si no la verdad histórica, al menos la verosimilitud cinematográfica.