El flamante largometraje de Maggie Peren toma como punto de partida el caso de Cioma Schönhaus, un joven judío quien, en plena Segunda Guerra Mundial, emplea una identidad falsa para no ser capturado por el régimen nazi. En esa búsqueda incansable por la supervivencia, Cioma advierte que tiene la capacidad para falsificar pasaportes y documentos y, así, permitir que aquellos que viven con temor puedan encontrar un refugio seguro. En este punto, Peren, también responsable del guion, no toma demasiados riesgos en el momento de retratar lo que llevó a cabo su protagonista (una hazaña que se reduce a una placa final un tanto perezosa), y su enfoque de la cotidianidad de Cioma y su mejor amigo no se aleja nunca de la sobriedad. En algunos tramos, la decisión funciona a favor de la película, especialmente cuando se presenta una urgencia dramática en el relato, a medida que los movimientos del protagonista empiezan a ser puestos bajo la lupa.
La cineasta no apela a los golpes bajos y, a través de acertadas elipsis, genera secuencias poderosas y angustiantes en las que el joven protagonista debe permanecer impertérrito mientras todo a su alrededor empieza a desmoronarse. Por lo tanto, aunque a El falsificador le falte fuerza y le sobren escenas vinculadas al interés romántico de Cioma, al llegar el desenlace, la interpretación de Louis Hoffman (más reconocido por su rol en la serie Dark) va adquiriendo matices que tienen su correlato con el contexto claustrofóbico en el que su personaje intenta pasar inadvertido, con el pánico omnipresente.