En la solitaria costa de Chubut, donde el mar frío y azulado se reposa mansamente contra los acantilados arenosos, y el viento es el único testigo de todo lo que sucede alrededor, vive Beto (Joaquín Furriel) al pie de un faro, guía de los barcos.
Basada en una historia real, aunque se hayan tomado varias licencias con respecto al libro original para que el relato sea más cinematográfico, el director Gerardo Olivares nos lleva hacia las cercanías de uno de los lugares turísticos más visitados de la Argentina como lo es Puerto Madryn y la Península de Valdés.
Allí Beto vive solo, es guardafauna, se dedica al cuidado y preservación de los lobos marinos, orcas, ballenas, etc. Su obsesión son las orcas, las mira, las admira, las reconoce, les saca fotos, estudia sus comportamientos y mantiene un contacto cercano con ellas, pese a que hace dos años le prohibieron hacerlo.
Su vida es rutinaria, pero está feliz con lo que hace, no necesita nada más. Pero todo se altera con el arribo desde España de Lola (Maribel Verdú) y su pequeño hijo Tristán (Quinchu Rapalini) quienes llegan sorpresivamente a la casa del protagonista sin haberse conocido previamente.
Desde el primer momento el gesto serio y adusto de Beto, apoyado por su tratamiento hosco y distante con los visitantes, provocan los primeros conflictos.
Lola llevó a su hijo que padece autismo para tratar de que Beto lo ayude, porque la única vez que lo observó interesarse por algo fue cuando lo vio en un documental interactuando con las orcas. Es su última esperanza, ya que el padre del chico los abandonó hace tiempo, y no tiene en quien apoyarse.
Pero algo cambió internamente en el distante guardafauna que se decidió a ayudarlos, y la relación cambió, toda la historia se volvió previsible.
La evolución de Tristán fue notoria día a día, la relación de los adultos entre sí, también. La demostración de las habilidades que tiene el protagonista le llama la atención tanto a la madre como al chico. La relación entre los tres crece y el incipiente amor se avecina, pero no se concreta.
El ritmo de la película es cansino, tal vez para estar acorde al lugar de la realización. Los diálogos carecen de fluidez, en la boca de Beto, por sus características está bien que hable así, pero en los demás personajes no, suena demasiado acartonado.
Por otro lado, el envío de una carta del padre del chico, denunciándola por habérselo llevado, es bastante tirada de los pelos. Primero porque él los abandonó, y segundo, si la potestad es compartida, tendría que haber firmado una autorización para que el chico pueda salir del país.
Estos motivos hacen empalidecer un poco este film, que tuvo un buen comienzo, con una gran producción detrás, pero que no tienen que subestimar al espectador para que la historia fluya sin inconvenientes.