Hombre de mar.
No es ninguna novedad decir que el cine muchas veces se utiliza como máscara para transmitir algún mensaje que trasciende la barrera de lo narrativo. Mensajes político-sociales, religiosos, y en este caso ecologistas.
El cine argentino tuvo varios ejemplos de películas que, de un modo más directo o encubierto, sirvieron para transmitir “enseñanzas” a favor de la protección de flora y fauna. Sin irnos demasiado lejos, Gigante de Valdés y Bahía Mágica, se presentaron como fuertes exponentes en esta materia, aún con resultados por lo menos discutibles.
El Faro de las Orcas, co-producción con España, insiste en la materia; y en los papeles tiene buenas armas. La novela de autobiográfica de Roberto Bubas en la que se basa y la adaptación de Lucía Puenzo entre otras firmas; la dirección de Gerardo Olivares que ya cuenta con experiencia en cine paisajista y con animales en el medio; y un dúo protagónico de actores de fuste acompañados de fuertes secundarios. A veces, las fórmulas exactas, fallan.
Joaquín Furriel es Beto Bubas, el encargado de un aislado faro en la Península de Valdés. Solitario, el hombre tiene una conexión especial con las orcas, en particular con una. Esa conexión le permite establecer un contacto cercano que, como en el pasado trajo algún inconveniente, actualmente tiene prohibido al igual que cualquier poblador o visitante.
Las imágenes de Beto con las orcas dieron la vuelta al mundo, y llegaron hasta España, a los ojos de Lola (Maribel Verdú) y su hijo autista Tristán (Joaquín “Quinchu” Rapalini). Tristán no expresaba emociones hasta que lo vio a Beto y su orca por la televisión. Convencida de que puede ser de gran ayuda, Lola llega a la Península junto a su hijo en busca de Beto.
Es imposible no encontrar similitudes entre El Faro de las Orcas y las múltiples adaptaciones que han tenido en el cine las novelas de Nicholas Spark, en especial Mensaje de amor. Mujer sola de cierta fortaleza que esconde fragilidad, con un hijo, una zona desconocida y alejada para ella; un hombre en principio hosco, pero protector de los suyos. Un romance que se supone de opuestos.
No hace falta que Furriel y Verdú demuestren su talento, ambos son figuras convocantes, y más allá de su belleza física, se sabe que les ponen el cuerpo a sus personajes. Aquí, la excesiva miel que se desprende de cada fotograma, y ese tono entre lento y distante que plantea (tal vez propio de la autora de Wakolda), atenta en más de una ocasión con la química entre los personajes, a veces lograda y a veces no. Sus interpretaciones tienen destellos, pero no son constantes. Ana Celentano y Osvaldo Santoro necesitaron de mayor espacio, nunca terminan de ser más que un relleno compuesto por buenos actores. El niño Quinchu Rapalini convence aún sin necesidad de llevar el autismo a un extremo.
La cámara capta la belleza natural de nuestra Patagonia, y se amalgama bien con las escenas de orcas (que tampoco son tantas); pero también, queda flotando una idea de ¿cuál es el agregado que la lente le hizo a lo que de por sí es bellísimo de filmar con una cámara estática?
Quizás, El Faro de las Orcas se hubiese beneficiado en un formato documental repasando la vida del Beto real; más de una vez pareciera haber una puja entre los dos estilos, y la narración dramática no llega a progresar lo suficiente ni a despertar el interés que debió despertar. Es más, el “conflicto” pareciera ser algo difuso. Cuando sobre el tramo final pareciera alcanzar el ritmo necesario, un final abrupto e irresoluto nos deja con expectativas de más.
Conclusión:
Quienes busquen un drama romántico de manual sin la necesidad de escapar a los clichés, encontrarán en El Faro de las Orcas una propuesta que ofrece sus momentos, que puede colmar sus expectativas de estar casi dos horas (aunque parezcan más) pasando un momento agradable junto a su pareja. Los que busquen algo más, deberán seguir buscando.