Ver para creer
El cineasta y guionista español Gerardo Olivares debuta en la cartelera nacional con su El Faro de las Orcas (2017), un drama basado en hechos reales que completa su trilogía dedicada a la relación hombre-animal con el objetivo de remarcar cómo a partir de esta conexión con la naturaleza el hombre logra redescubrir sus capacidades; temática también abordó en la exitosa Entrelobos (2010) y luego en Hermanos del Viento (2015). Sin embargo, en esta ocasión presenta una nueva arista: la conexión entre el reino animal y los niños con capacidades diferentes. Es una historia de amor inspirada en la novela Agustín, Corazón Abierto, del guardafauna Roberto Bubas, donde cuenta su peculiar relación con las orcas y cómo este mamífero marino salvaje es capaz de producir estímulos en niños con autismo y despertar en ellos una mejor relación con el mundo que los rodea.
Pero la premisa no muere en la génesis del proyecto: si bien cuenta la relación que Beto tiene con las orcas no es una simple adaptación de la novela autobiográfica. La trama avanza y focaliza su atención en la psiquis de los personajes. Para empezar, Lola (Maribel Verdu), cómo una joven madre soltera que viaja desesperada desde Europa hasta la Patagonia argentina para encontrarse con el biólogo Beto Bubas (Joaquín Furriel). Él podría ayudar a que su hijo autista Tristán (Quinchu Rapalini) se recupere del síndrome de Asperger, ya que milagrosamente un buen día el niño vio a Beto jugar con las orcas en un documental de televisión y, a partir de ese momento, demostró una extraña empatía y respuesta de estímulos.
Sobre este eje gira el guión que pivotea entre el último recurso de Lola para encontrar una terapia alternativa que despierte a Tristán de su mundo interior y, cómo este pequeño cambia la vida de todos, incluso la de Beto a raíz del amor, el respeto y la admiración que todos sienten por estos animales. Al mismo tiempo, es interesante cómo se interpela lo sentimental al jugar con la soledad que ambos sienten en el mismo espacio-tiempo: Beto al permanecer en un lugar alejado del mundo, y Lola, que pese a tener a su hijo, se siente en soledad, hasta que algo ocurre en esa interacción con el mundo animal que les cambiará esta visión.
No sorprende que Olivares haya aceptado llevar esta historia de vida a la ficción: siempre presenta a la madre naturaleza y su entorno como único refugio y lugar en el mundo, al que se debe proteger por estar en constante peligro de extinción. En este sentido, resulta interesante ver cómo desmenuzó el hilo conductor de la historia para llegar a la vida de Tristán. Es desde el documental que emerge el rodaje, y éste tinte se hace presente a lo largo de la película gracias a la capacidad de Olivares de llevar a buen puerto documentales para televisión. El director se inspira y apoya netamente en ése material de archivo donde se ve cómo el guardafauna Beto vive y se desvive por los animales, pese a la existente ley que prohíbe el acercamiento del ser humano hacia ellos, para retratar el documental del documental. Aquí lo que nutre al guión justamente es rever por qué está prohibido el acercamiento teniendo en cuenta la historia peculiar de Tristán. El film sirve como instrumento para poner sobre la mesa temas como autismo que, resaltan, no es una enfermedad sino un desorden en el cerebro.
Sin duda, en esta historia la herramienta del documental es el balón de oro para que Tristán gane el partido, pero técnicamente hubiese sido imposible llevarlo a cabo sin el enorme trabajo del equipo de producción, a cargo del productor Luis Puenzo, ganador del Oscar a Mejor Película Extranjera con La Historia Oficial (1985) que supo dónde poner el ojo para dar rienda suelta a este tipo de cine pocas veces visto en materia nacional por la complejidad de filmar con animales salvajes y hoy es posible gracias a animatronics. Para esta coproducción entre España y Argentina se utilizaron dos animales para emular los movimientos salvajes de la orca: una cabeza de orca que movía la boca y el “submarino orca” a escala real de 6 metros, ambos construidos por David Marti, multipremiado por el maquillaje y los efectos de especiales de films como El Laberinto del Fauno. Este trabajo en conjunción a las locaciones paradisíacas en los escenarios naturales de Camarones, Península Valdés, las Islas Canarias y Fuerteventura, hacen que la película cobre vida.
La dupla que encarna los protagonistas no podía pasar desapercibida: la española Maribel Verdú y el talentoso actor Joaquín Furriel, que vuelve al ruedo con una performance impecable en la encarnación de Beto y demuestra que, luego de 100 Años de Perdón (2016), donde interpreta un delincuente, es capaz de desenvolverse en cualquier personaje. Ambos intérpretes logran transmitir la magia de la naturaleza y despertar todos los sentidos mediante escenas donde se ve cómo Beto se zambulle en el mar, llama a las orcas con su armónica y juega con ellas mientras el niño contempla la escena y comienza a contactarse con la naturaleza, a tal punto que despierta en él nuevos estímulos. Al elenco lo completan el pequeño Joaquín Rapalini, Ana Celentano, Ciro Miró, Osvaldo Santoro, Federico Barga, Zoe Hochbaum y los trelewenses Juan Antonio Sánchez y Alan Moya.
El Faro de las Orcas es una caricia al alma y cumple en materia de producción artística, sonora y actoral. Podría deducirse, quizás, que Olivares siembra con este trabajo la esperanza de aportar luz en este terreno incierto pocas veces visto en cine nacional. El realizador, fiel a Beto, desliza en su largometraje el siguiente mensaje “Hay gente que no quiere entender aquello que no entiende y otra que no quiere entender aquello que le molesta”, e invita al público a disfrutar de una película en familia que deja una enseñanza y emana amor y ternura.