VIAJE A LOS PUEBLOS FUMIGADOS: Agrotóxicos, las apariencias engañan. El presente documental del Senador y Cineasta Fernando “Pino” Solanas ratifica su denuncia a la ausencia del Estado frente al sistema capitalista nacional, vigente, que pondera el espíritu “cantidad ante calidad” desde la década del 90. “Viaje a los Pueblos Fumigados (2018)” revela por un lado, cómo las corporaciones transnacionales y sus socios locales se enriquecen con el menor costo financiero, privatizando recursos naturales nacionales, tales como por ejemplo: el petróleo y la soja, mediante su exportación. Por otro, el proceso que hay detrás de su comercialización: la explotación a los dueños de las tierras y la falta de control de calidad de aquellos bienes que forman parte de los alimentos de la canasta básica de consumo (soja, frutas y verduras), contienen agrotóxicos y perjudican la salud de miles de argentinos. ¡Aquí no se salva nadie! El análisis de Pino retoma el foco de sus proyectos antecesores, el documental “Memoria del Saqueo” (2004)” y “Tierra Sublevada: Oro Negro (2011)”, sobre las consecuencias nefastas de las políticas neoliberales que avanzan y aniquilan la raza humana. Al unísono, enfatiza cómo mediáticamente se invisibiliza que las fumigaciones con pesticidas prohibidos contaminan el medioambiente a través de fuentes testimoniales del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) que dan cuenta del aberrante proceso de sojización y utilización de semillas transgénicas cuando el avión “El Mosquito” rocía los campos de cultivo con pesticidas que intoxican a sus habitantes. “Es sabido que en los pueblos fumigados, escuelas y viviendas, existen consumidores per se, que inhalan el veneno y contraen enfermedades cancerígenas. Sus cuerpos se nutren de tóxicos e incrementan mal formaciones en embriones. Pero el Estado hace décadas que mira para otro lado con tal de no frenar el consumo masivo del mercado”, aseguran. De esta afirmación nace la pregunta retórica ¿Será posible ponerle punto final al desmonte, cambiar el modelo y virar a una cultura orgánica sustentable de monocultivo del suelo? Solanas entrevista a dos integrantes de la organización “Naturaleza Viva” que responden afirmativamente, conllevan y fomentan una forma de vida agroecológica. Ellos son Irmina Kleiner y Remo Vénica -protagonistas del documental de Juan Baldana “Los del Suelo (2015)”-, su ejemplar política de vida e intercambio entre campesinos demuestra que el modelo funciona económicamente, promoviendo el trabajo entre chacareros. Una vez más Pino, a sus 82 años, deja claro su compromiso político: Nació para documentar la lucha social. Desde su primer co-producción junto a Octavio Getino, “La hora de los hornos (1968)”, demostró cámara en mano, que el cine es una herramienta para visibilizar la realidad, crear conciencia, (re)armar la agenda de políticas públicas y (re)construír la historia argentina a contramano de los medios de comunicación. Hoy “Viaje a los pueblos fumigados” -que tuvo su primera proyección en el marco del 68º Festival de Berlin y fue ovacionada por el público- retoma su misión: informa al espectador durante 97 minutos los daños que producen los agrotóxicos, invita a tomar conciencia a la hora de elegir los alimentos y promueve alternativas de consumo saludables que van de la mano con reforzar las fuentes de trabajo agrarias. “Yo hago películas porque es la única manera que la población se entere de la realidad y los proyectos que propongo no queden guardados en un cajón”, explicó Solanas en el junket de prensa que brindó en la Fundación de Directores Argentinos Cinematográficos (DAC) al presentar “Viaje a los pueblos fumigados” y aseguró que filmó los testimonios durante su receso vacacional del Senado de la Nación cuando viajó al interior del país. A nivel técnico, un drone permite registrar el plano general de las siete provincias afectadas en conjunto con el material de archivo, como por ejemplo: la protesta del pueblo cordobés “Malvinas Argentinas” versus la multinacional Monsanto cuando logran quese retire de la localidad. El leitmotiv es esperanzador: “Entonces ¡Lo lograron!”, festeja y felicita Pino a los manifestantes. Solanas estará presente en la 71ª edición del Festival de Cannes ahondando su trayectoria como productor, guionista, director, docente y político que lo convirtió en un emblema indiscutido del cine documental.
Perdida: Nunca dejes de buscar. “Nunca dejes de buscar” es el subtexto que atraviesa la trama de “Perdida (2018)”, el thriller dirigido por Alejandro Montiel basado en la novela “Cornelia (2016)”, escrita por la periodista Florencia Etcheves; especialista del género policial. Primer punto a favor de Montiel que rompe elípticamente con su mirada antecesora de historias de vida ingenuas que dio génesis a “El hilo rojo (2016)“ y aborda, cómo la leyenda japonesa explica, que el destino une a dos almas gemelas. Al unísono, destierra la visión tragicómica adolescente que planteó en “Abzurdah (2015)” protagonizada por Eugenia “La China” Suárez basada en un relato autobiográfico de la autora Cielo Latini donde una joven padece anorexia y tiene una dependencia sexual con un hombre diez años mayor. En esta ocasión, “Perdida” también presenta un tema de agenda pública, impactante y cotidiano que merece estar latente: la trata de personas y la violencia de género. Sin embargo, a sus 47 años, el director argentino logra darle un correcto tratamiento al desarrollo del tópico y no se queda solo en la performance de su protagonista: Luisana Lopilato. En este sentido, el guión a cargo de Montiel, Jorge Maestro y Mili Roque Pitt mantiene estilísticamente la impronta, ritmo y eje de la trama de Cornelia: Hay una investigación en curso a raíz de una adolescente Cornelia Villalba (Amaia Salamanca) de 14 años, que desapareció en el sur. Según el informe policial, una noche se la comió un puma durante un viaje de estudio con amigas. Según su madre (María Onetto) y la inspectora del caso Manuela “Pipa” Pelari (Lopilato) hay datos incongruentes por rever. Sobre todo, el por qué la dan por muerta si nunca se halló el cuerpo y no como desaparecida. De este modo, la acción pivotea constantemente sobre el presente de la búsqueda de Cornelia con el pasado de los hechos mediante flashbacks. Entretanto, avanzan los minutos y la trama se tiñe de suspenso. El espectador, a cuentagotas, obtiene datos cruciales para descifrar el enigma: frases de la madre suplicándole a Pipa que la ayude porque eran mejores amigas, fue parte de su vida y encontrarla es su trabajo. Un aviso publicado en el diario a catorce años de su desaparición que dice “la mitad de la vida es tu amor”. Y la mafia que opera con la trata de mujeres. Este espíritu tiene el propósito de inquietar al espectador y brindarle un viaje introspectivo hacia lo más profundo del ser, invitándolo a reflexionar y repudiar -cual efecto terapéutico- este acto criminal, transmitiendo la angustia e impotencia buscada por Montiel y Etcheves. Hasta aquí, por momentos el hilo conductor y premisa del relato recuerda el tinte del director estadounidense Clint Eastwood en “Río Mistico (Mystic River, 2003)”. A nivel técnico, cámara en mano, fx, drones, planos y contraplanos se recorre el críptico contexto sureño en Los Andes y la ciudad de Buenos Aires en la piel de Pipa -que desde aquella noche no deja de preguntarse qué pasó con su mejor amiga-. Las locaciones son acertadas. El vestuario, el montaje y la utilería también. El espectador conecta con los climas bien logrados en la piel de Pipa, sin mayores pretensiones que palpitar su odio y resentimiento a medida que investiga con fervor los archivos de la Policía Federal Argentina y sigue de cerca la mafia circundante que opera detrás del delito de la trata de mujeres. Párrafo aparte para la acertada performance de Luisana Lopilato en el rol de “una mujer de armas llevar”, como definió su personaje en la conferencia de prensa que brindó pre-estreno del film en el hotel Intercontinental. Aquella teenager que surgió en la tira televisiva “Rebelde Way”, supo brillar en “Casados con hijos” y luego desapegarse de ése emblemático personaje en su protagónico de “Los que Aman odian (2017)”, del director Alejandro Maci, ratifica su compromiso artístico y personal: “me gustó la idea de una mujer policía que se compromete con la causa, su trabajo, que de manera perseverante lucha y justifica el ‘nunca dejes de buscar’, que se mete en esta profesión pensando que en algún momento iba a encontrar a su amiga, y al mismo tiempo se mete en la trata de personas. Me gustó que el personaje esté preparado para la acción y sepa de defensa personal”, asegura que entrenó con la Policía Federal y estudió el manejo de armas. Al elenco lo completan la española Amaia Salamanca, recordada por su participación en series como “Velvet”; el peruano Nicolás Furtado protagonista de la serie “El Marginal”; junto a Julián Serrano, María Onetto, Rafael Spregelburd y el debut actoral de Oriana Sabatini. “Perdida” logra con éxito posicionarse como una adaptación digna de ver, con un mensaje intrínseco que traspasa la pantalla: involucrarse en los casos de violencia de género y trata de mujeres. Entrelineas, la propuesta de Alejandro Montiel al igual que Florencia Etcheves, es tomarlos como algo personal y no confiar en nadie hasta resolverlos.
Llegó ¿Quién @#*%$ es papá? (Father Figures, 2018), la ópera prima del director Lawrence Sher protagonizada por Owen Wilson y Ed Helms. En esta oportunidad, Sher deja de lado su rol de Director de fotografía -¡Sin perder su estilo!- e incursiona como realizador. Sigue el parámetro de Campbell: aborda el camino del héroe y replica las mismas técnicas de trabajos anteriores generando así el clima de El Dictador (The Dictator, 2012) y la desfachatez de la trilogía ¿Qué pasó ayer? donde había trabajado con Helms en la versión Resacón en Las Vegas (The hangover, 2009). La fórmula funciona, los elementos ensamblan y le dan vida a una comedia ligera cuyos múltiples personajes, como vaticina el Stanley, se lanzan a una aventura de identificación y reconocimiento para responder la incógnita ¿Quién es papá? La trama apunta de lleno al epicentro de una familia disfuncional: Owen Wilson (Kyle) y Edward Helms (Peter) interpretan a los hermanos gemelos Reynolds que en plena adultez descubren, accidentalmente, que su padre no había muerto como les dijo su madre Helen (Glenn Close) desde pequeños. En consecuencia, se unen para dar con el paradero y emprenden un viaje ¿(in)olvidable? sin norte fijo más que hacia donde depare el destino. Este anclaje al género road movie redirecciona el guión hacia la comedia cuando la cámara avanza al ritmo que los personajes recorren locaciones inhóspitas y (re)conocen figuras paternas por vagos recuerdos que creen tener. Entretanto, planos de ruta mediante, bajo la premisa conocer la verdad la metáfora rutera funciona y como todo camino sinuoso –siguiendo la semiosis- el camino a la verdad presenta baches, conlleva, a veces, a situaciones innecesarias porque como bien se sabe las mentiras tienen patas cortas. Tales como por ejemplo, secretos de su madre ¿Poligamia? Tal vez. Claro que en tono de comedia todo funciona de maravillas. Así, ¿Quién @#*%$ es papá?, tiene entre candidatos a posibles padres de estas criaturas a los actores J.K Simmons (Whiplash), Christopher Walken (El Francotirador) y el comediante Katt Williams… ¡Nada mal! ¿Quién @#*%$ es papá? Funciona. Pese al trillado arco de hermanos con carácter opuesto que pasan del amor al odio y nuevamente al amor; la dupla Wilson-Helms cautiva al espectador con sus matices tal como Simon Pegg y Nick Frost en la simpática road movie del alienígena Paul (Paul, 2013), donde Sher se desempeñó como DF. Indudablemente, su nuevo camino cuenta con el apoyo de un elenco de lujo que acompaña y responde. Entre ellos se destaca la participación de la actriz Glenn Close que, a veinte años de su aparición en la remake de la novela homónima de Disney “Los 101 Dálmatas” como Cruella de Vil, ratifica su talento. Si bien aquí su personaje es más excéntrico que Cruella -con que se convirtió en una consagrada villana y formó parte de la lista “Los 50 peores villanos de la historia” realizada por la institución American Film Institute (AFI)- los flashbacks entre la actualidad y los años 70 junto al dúo le permiten moverse cómodamente por el arco de Campbell ¡Buen inicio de Lawrence Sher!
Transformación: Una aproximación acertada a la intimidad del arte. Un documental que recorre la intimidad de la grabación del nuevo disco de Palo Pandolfo. No es un backstage. Es una conversación creativa entre músico y el director Iván Wolovik. Estamos frente al rockumental del director Iván Wolovik que acompañó la gestación del último disco de Palo Pandolfo:Transformación. La obra trasciende, desde una mirada panóptica, las diversas capas que conllevan el proceso de trabajo creativo de su grabación: producción, pre y post. Wolovik se distancia de la puesta en escena con que inició como realizador y productor de videoclips para abordar el off the record desde el backstage y el happening. En esta ocasión, establece mediante el correcto uso de cámara en mano una conversación musical entre artista y director a partir de recortes (diálogos y planos) que minuto a minuto se fusionan para acompañar y proyectar la cocina del rock. De esta manera, su capacidad intuitiva y experiencia en rodaje imprimen un montaje eclíptico entre universos artísticos que logran transmitir de manera genuina cercanía e intimidad entre músico-espectador. Al unísono, la trama inscribe al personaje en persona. El guión desaparece y el horizonte entre el aquí y ahora del artista se mimetiza con la visión del director como si fuesen la misma psiquis. Aparecen en primer plano las relaciones humanas. Se ve cómo Palo Pandolfo debate con colegas de su banda La Hermandad y amigos como por ejemplo: Ricardo Mollo, Walter de Los Tipitos e Hilda Lizarazu cómo surge la mística del rock. La esencia queda al desnudo y lo aleja del personaje público. Vemos un emblemático encuentro entre el ex Don Cornelio y ex Sumo que pone en evidencia cómo aquella energía traspasa las paredes del estudio, rodea su universo y deviene en canción. En este sentido, es crucial cómo Wolovik circunscribe al relato diálogos donde debaten sobre el concepto de éxito y fracaso, creación, orden de los temas en frases como por ejemplo “Las canciones son como los hijos. Los gestas y cuando salen de casa no sabes qué va a pasar. Ya no son tuyas, no dependen más de vos. Las cuidas pero son del público. Con suerte crecen y no sabes cuándo ni cómo vuelven.”; asegura Mollo. Este marco de mirada invisible de cámara que también se regodea con recortes sobre el rol de la discográfica, cuanto sale producir y la burbuja del interior del estudio cuando improvisan temas son detalles que acercan al espectador a la sintonía Palo (Don Cornelio y Los Visitantes) y permite que palpite el armado del tempo y climas en todo su esplendor. Transformación logra en tiempo presente que el mito y leitmotiv del rock “Mañana es mejor” que decía el flaco Luis Alberto Spinetta quede suspendido en un aquí y ahora de gran impacto. La forma en que Wolovik registra la esencia de la música permite que el público comprenda la vibra Palo. Todo, o casi – a excepción de la toma en el auto- transcurre en el estudio de grabación como locación sine qua non. Allí ocurre la magia y hasta incluso la comicidad y distanciamiento entre diversos registros de cameos. Tal es el caso donde se ve como en una entrevista con Vorterix Palo Pandolfo parece un muñeco, casi títere, que aguarda instrucciones del periodista y camarógrafo para accionar ante cámara. Situación de la que Wolovik se opone y distancia al 100% para capturar su esencia e intimidad. Es un hecho, Transformación, construye con soltura la cercanía entre músico-público. La ópera prima de Wolovik que tuvo su estreno en el 31 Festival Internacional de Mar del Plata llegó a sala Gaumont para vibrar y dejar de lado la estructura musical (los solos de voz, bata, bajo y guitarras) para poner el foco en la mística que mejor define este último disco: el costado sublime y poético. Al margen que el espectador sienta empatía, o no, con el know how del estilo Palo Pandolfo; tendrá una aproximación acertada a la intimidad de la grabación del disco. Y, en el mejor de los casos, la curiosidad por escucharlo. Iván Wolovik: ¡Misión cumplida!
¿Cansado de la rutina? ¿La convivencia con tu pareja es rutinaria? Es hora de un “Recreo”. Llegó la primera comedia dramática nacional pochoclera en cartelera 2018, idónea para reflexionar sobre el paso del tiempo. El film codirigido y coescrito por la dupla de realizadores Jazmín Stuart (Desmadre, Pistas para volver a casa) y Hernán Guerschuny (El crítico, Una noche de amor) retrata el lado B de tres parejas amigas, en crisis, que rondan la década de los cuarenta y avanzan al ritmo de las agujas del reloj biológico sin reflexionar si están juntos porque el amor que los unió sigue latente o ya es mera costumbre y sigue el mandato del statu quo. Así, casadas y con hijos se reúnen durante un fin de semana con ansias de romper sus rutinas en una casa de campo con bellas vistas hacia el jardín, quincho y pileta… ¡Todo encaminado para un perfecto relax! Sin embargo, no todo lo que brilla es oro y el encuentro en esa única y soñada locación –epicentro de eficaz producción; austera- será el escenario de un sin fin de peripecias que darán rienda suelta a la misión de sostener, con el correr de los minutos, la premisa que cada pareja es un mundo y ser padres una tarea fina… ¿Podrá un secreto que perdió vigencia en la incomunicación vencer el amor? ¿O aquellas viejas rivalidades, olvidadas, cobrarán vuelo y nuevos rumbos en sus vidas? Esta retórica es la mejor apuesta del guión para sortear los lugares comunes que conlleva. Sin duda, la clave del éxito reside en la química del elenco integrado por Juan Minujín, Carla Peterson, Fernán Mirás, Pilar Gamboa, Martín Slipak y la mismísima Jazmín Stuart (que en su tercer largo se animó además de dirigir y escribir a actuar). La performance lograda entre bailes al ritmo de The Safety Dance bajo el efecto de levitación producto del consumo de drogas y alcohol logran la sensación de desconexión. Mientras intentan esquivar a sus hijos que rondan en esa casa surgen viejas rivalidades, que coexisten, en el grupo de amigos. Este puntapié inicial de la trama, por momentos, rememora la película Voley (2015) de Martín Piroyansky: emparda el amor con situaciones tragicómicas y desopilantes que suceden durante un fin de semana lejos de la ciudad; más precisamente en una isla del Tigre propiedad del anfitrión. Sin embargo, la dupla Stuart-Guerchuny da en la tecla con tres aristas cruciales que sostienen con creces los hilos de esta película coral: Los actores coinciden con la edad de los personajes que interpretan; generan credibilidad al marco buscado y empatía con el espectador. Mientras que Voley refleja el complejo universo adolescente y la clase burguesa; Recreo cual efecto aguja hipodérmica retrata y encapsula mediante el funcionalismo del elemento simbólico de la casa de fin de semana el posicionamiento de clases. El matrimonio de arquitectos aburguesado conformado por Andrea (Carla Peterson) y Leo (Fernán Mirás) recibe a sus amigos de clase media. Ellos tienen un hijo adolescente (Agustín Bello Ghiorzi) y aconsejan -en términos de Maquiavelo- cómo cuidar la pareja de Mariano (Juan Minujín) y Lupe (Jazmín Stuart) que son padres primerizos y, además, atraviesan una crisis laboral; y también a Sol (Pilar Gamboa) y Nacho (Martín Slipak) que están juntos desde el colegio y tienen trillizos. Hasta acá, la fórmula subraya la típica comedia francesa. El reduccionismo que presenta guión en el terreno psicológico freudiano con problemas maritales, tales como por ejemplo: la resignificación de lo sexual con la llegada de los hijos y los camuflajes de las personalidades en el rol de Dominante/Dominado mediante actitudes infantiles sigue los parámetros del leitmotiv de la trilogía “Before” de Richard Linklater; el tinte positivista de “Dos más dos” de Diego Kaplan y evidencia que están todos al borde del delirio, sano. Deben vivir y sobrevivir. Párrafo aparte para la producción y el arte. En materia montaje (Agustín Rolandelli) y fotografía (Marcelo Lavitman) repiten criterios de “El Crítico” donde ambos conformaron el equipo. La dirección sigue la ecuación menos es más y entre planos secuencia y planos detalle funciona. Todo transcurre en una locación; la casa donde Hernán Guerschuny vacacionaba de pequeño; es allí donde su cámara en mano registra la intimidad. En esta línea, el encierro de las seis parejas cual conejillos de indias es acertada. Como plus, los diálogos marcan adrede el tono televisivo con situaciones donde el elenco atraviesa alegrías y tristezas; alteración que en conjunción a las tomas aéreas enfatiza el concepto de relatividad y machismo; segundo guiño que propone el film. Entretanto, se observa un globo aerostático que levanta vuelo (Minujin y Slipak) mientras sus mujeres (Stuart y Gamboa) están en la casa lavando los platos… mientras que Fernán Mirás considera la caza como deporte y sinónimo de masculinidad. Por efecto contagio, pondera que los niños repliquen ese accionar mientras los padres viven su adolescencia tardía. Así, “Recreo” imprime correctamente un replanteo existencial y frustraciones acumuladas. Propone escapes aleatorios al conflicto pero no lo cierra. Hubiese sido interesante ver un desarrollo más jugado sobre esta apuesta coral al desencuentro. No obstante, a buena hora , como indica el stanley ¿Querías tiempo libre? ¡Bienvenido sea el escape!
El Último traje (2017) es el segundo largometraje del director y guionista Pablo Solarz basado en la búsqueda de la felicidad e historias de familia. La génesis replica la forma de “Historias Mínimas” la película dramática que aborda historias familiares y cruces entre vecinos de un pueblo delineado a la perfección como parado en el tiempo con la composición musical a cargo de Nicolás Sorín, o bien “Juntos para siempre” (2012). En esta ocasión, Solarz parte de anécdotas familiares para construir el relato de esta road movie y retratar el viaje de un sastre judío de 88 años, nacido en la Polonia de la invasión nazi, llamado Abraham Burzstein (Miguel Ángel Solá) que vive exiliado en Argentina en una enorme casa que a su edad avanzada le trae más problemas que soluciones. Burzstein en sus últimos años de vida se tornó algo arisco, reacio y poco demostrativo. Por tal motivo, un buen día toma el coraje de alejarse de su rutina y apartarse de su familia -para quienes sabe que es un estorbo; quieren vender su inmueble e internarlo en un geriátrico-. Escapa a Polonia a encontrar al hombre que le salvó la vida durante la Segunda Guerra Mundial en pleno exterminio nazi. Sus ansias de cumplir la promesa que le quita el sueño hace más de siete décadas lo hará enfrentar sus miedos al pasado incierto, y a la verdad del después del holocausto ¿Habrá sobrevivido su amigo? ¿Podrán encontrarse y llevarle el último traje que confeccionó para él? Bajo este clima de suspenso comienza el viaje de Abraham. En su marcha pivotea con situaciones cómicas que moldean su carácter testarudo, ortodoxo e inflexible para sobrevivir en el país. Debe superar su prejuicio de polacos y alemanes ya que serán ellos, que pululan como plagas, quienes lo ayudaran a moldear y sortear situaciones cotidianas para sobrevivir allí y cumplir su meta. En el camino irá conociendo en Madrid a la española María (Ángela Molina), un argentino Leo (Martín Piroyansky) y una alemana Ingrid (Julia Beerhold) que intentarán convencerlo que en Alemania y Europa ha pasado tiempo y las aguas han calmado. En este sentido el guión, a cargo de Solarz, encripta un mensaje de positivismo entre una Polonia que refleja artísticamente la imagen que sus familiares replicaron cuando su abuelo escapó de allí y la bautizó “mala palabra”. Así, la narración avanza para desencriptar de la mano de Abraham aquella percepción ortodoxa y contaminada del país que brindó ayuda durante el exterminio nazi. Abraham intentará en un acto de amor, superación y coraje regresar a ese suelo para abrazar a su amigo. Párrafo aparte para el elenco encabezado por el multifacético actor Miguel Ángel Solá, cuyos dotes de actor teatral en la industria hispano-argentina le permite lucirse con gran soltura sobre el arco solemne buscado. A sus 67 años consigue interpretar a la perfección un octogenario atravesado emocionalmente por el Holocausto. Sin embargo, su contrapunto: la puesta, vista en películas como El Pianista (2002) de Roman Polanski, es el claro ejemplo que un largometraje no puede sostenerse únicamente por un actor convincente y el trasfondo del Holocausto. Tampoco por intentar hacer foco en hacer emocionar, hasta el hartazgo, al espectador a partir de flashbacks convincentes para enmarcar la situación de guerra, los sobrevivientes y los tantos que quedaron en ése pasado trunco. No obstante la idea de concientizar y poner el eje en la sociedad vigente que esta exilada en el país y honrar su memoria no peca de ingenua ni pasa desapercibida. Mucho menos si se trata de una coproducción con Europa que acompaña eficazmente los pasajes, las locaciones de cuatro países. En este sentido, hubiese sido interesante que Solarz retome la impronta de “Historias Mínimas” y juegue un poco más con los personajes secundarios que conforman subtramas impregnadas de comedia, alejándose del drama. Tales como el debate si pisar, o no, suelo alemán en medio de una estación crucial. Este punto remite la película “Una historia verdadera” de David Lynch, por ejemplo. El último traje rememora un pasado que intentó ser borrado. Muestra el paso del tiempo y que el cambio es posible. Honra las generaciones judías exiliadas en el país y a la vez, sirve como instrumento para darle voz a aquellos que la solicitan y sobre todo, una enseñanza porque hasta el último día de la vida mientras la intención esté se puede hacer algo para que nada esté perdido. Y sobre todo, poner un punto final a la intolerancia y discriminación entre clases.
El director uruguayo Gabriel Hernández pone de manifiesto en su último film los efectos que produce el insomnio: ataques de pánico y secuelas psíquicas irreversibles. La génesis de la trama surge una noche que el cineasta estaba pasado de sueño (literalmente) y optó por jugar a un videojuego que afirma “lo hizo sentir en otra dimensión”. Esta dimensión sólo se atraviesa cruzando el umbral de los sentidos. De igual forma, lineal, y sin mayores pretensiones que la intención de hipnotizar al espectador y generarle más de un sobresalto, avanza el guión sobre los efectos perjudiciales a los que conlleva este lapsus de somnolencia. Aquí la locura y alucinaciones entran en escena cuando un grupo under de teatro dirigido por la actriz española Belén Rueda se somete a superar las 126 horas sin dormir para lograr, a flor de piel, la performance que requieren los personajes de la obra que sólo será protagonizada por quienes se atrevan a vivenciarla. Literalmente. Al elenco lo completan Eugenia Tobal, Eva de Dominici, Germán Palacios y Juan Manuel Guilera. ¿Podrán superar las consecuencias? Si alguna vez padeciste estos síntomas o sentiste alguna presencia extraña merodeando in situ, no te pierdas este thriller psicológico donde el inconsciente les juega una mala pasada. Bajo estos hilos avanza la coproducción española-argentina-uruguaya que funciona gracias a la puesta en escena eficaz que encuadra a la perfección el marco de alteraciones, cansancio y encierro mediante planos y contraplanos que varían entre blanco, negro y rojo en haras de retratar el proceso traumático. Esta propuesta Indie unifica y emparenta los sacrificios de los actores y la complejidad de la dramaturgia con los trastornos mentales. Por un lado, semióticamente la narración desprende entre líneas el tinte kafkiano. Por otro, este trastorno mental inherente al proceso de creación e innovación conecta con la rama de la psicología que analiza y explica la locura a partir de lo yoico, desenmascarando lo real; inscribiéndolo en el plano lúdico. Esta relación se sostiene cuando los actores interpretan las sensaciones que aseguran responden a su intención de querer trascender en esa dimensión y lograr la inmortalidad. Así, el juego macabro se nutre de la música que oscila entre ópera y circense e inscribe al espectador en la historia como parte del público que observa la performance en ese espacio-tiempo lúgubre. Párrafo aparte para la locación elegida, un hogar de niños localizado en La Paternal, venido a menos y de tonalidad gris que logra eficazmente la alteración de los sentidos. En palabras de William Shakespeare, Gabriel Hernández parece indagar frente al proceso sistemático ¿Ser o no ser? Esa es la cuestión.
No es la primera vez que el director americano Alexander Payne trabaja en sus largometrajes la paradigmática, ilógica e incesante búsqueda del hombre para hallar el camino a la felicidad. Esta fórmula que hoy construye la premisa de Pequeña gran vida (Downsizing, 2017) replica el tinte del guión de Los descendientes (The Descendants, 2011) con que obtuvo el Globo de Oro a Mejor Película Dramática. En esta ocasión, la trama se sostiene a partir de las ciencias exactas (psicológica y tecnológica) que toman al Homo Sapiens por objeto de estudio y operan para fundamentar, a gran escala, su comportamiento. Payne se centra en lo micro para reflejar lo macro y representa a partir de un grupo heterogéneo (el 3% de la población) su accionar rutinario, retórico y estresante para subsistir en su entorno vigente pese al sentimiento de encierro en un espiral caótico, sin salida. El hombre padece la incapacidad de disfrutar la belleza y esencia de las cosas. En consecuencia, se abruma ante sus obligaciones como ciudadano sometiéndose a una rutina laboral para adquirir una remuneración digna que le permita concretar su sueño de ser propietario de una casa y así sostener la economía familiar. Esta vorágine capitalista enfatiza el concepto de relatividad y dependencia. Sin embargo, un grupo de científicos noruegos descubren en un laboratorio que con tan sólo oprimir un botón es posible resetear la realidad, combatir el estrés y cumplir sus anhelos más profundos; ¿cómo? A partir de la manipulación de las células. La reducción de la humanidad, literalmente, a tamaño miniatura, más precisamente 13 cm, frenará el problema de la superpoblación y destrucción de recursos del planeta… Esta hipótesis que parece tragicómica es la novedosa ficción que Payne efectivamente desarrolla. No hay dudas: la creatividad narrativa está a la vista. Los minutos avanzan y la trama pivotea con un giro burlón, sátiro. El tragicómico procedimiento de miniaturización al que se somete el 3% de la población ironiza el accionar humano en cuestión de segundos. El sometimiento tecnológico al que acceden mediante firma de contrato que desliga de todo compromiso de daños y perjuicios al laboratorio -incluyendo posible muerte- al que voluntariamente acceda el individuo que acepte reducir su masa/volumen y pertenecer a la sociedad tamaño express. Este humor negro es efectivo durante la primera mitad del film, cuando pivotea con las aventuras del protagonista Matt Damon en la piel del terapeuta Paul Safranek y su mujer Audrey (Kristen Wiig) al aceptar ser parte del proceso. Este aparente mundo ideal constituido por las mismas personas que al achicar su tamaño su economía se multiplica y comienzan a darse aquellos lujosos gustos que a escala mayor no podían por los costos; en Leisureland Estates el costo mensual para vivir es menor a diez dólares y no sólo es posible adquirir una propiedad, sino que aquella de dos ambientes, básica, aquí relativamente equivale a la tranquilidad de por vida en una mansión lujosa. De esta manera, concretan esos placeres cotidianos. Al achicarse agrandan su posibilidad de convertirse en ricos con tan sólo apretar un botón. Sin embargo, allí persisten las diferencias de clases y costumbres que interceden las relaciones sociales. Allí suceden cosas extraordinarias. Paul se relaciona con su vecino (Christoph Waltz) que lo invita compulsivamente a fiestas; su socio (Udo Kier) que únicamente piensa en negocios y una trabajadora social vietnamita Ngoc Lan Tran (Hong Chau) que realiza en los suburbios trabajo comunitario. Todos encajan a la perfección en este rompecabezas que emula una maqueta de la dimensión real con cierto tinte burlón. Este cambio de envase tiene el mismo contenido en pequeñas dosis y permite encontrar la respuesta en las cosas más pequeñas. Al unísono la trama se sostiene artísticamente gracias a la locuaz labor de Phedon Papamichael, que mediante imponentes planos y contraplanos pone de manifiesto la urgencia de protección ambiental cuando retrata la naturaleza en su máxima expresión en lagos, montañas y lagos que magistralmente talla, diariamente, durante años mientras el hombre en cuestión de segundos los destruye. En esta biosfera, Leisureland Estates es el paraíso en miniatura que subraya y sustenta la filosofía de vida proteccionista y la toma de consciencia. Si bien este juego de escalas, dimensiones y tamaños por momentos rememora Alicia en el país de las Maravillas de Tim Burton (Alice in Wonderland, 2010), Los viajes de Gulliver (1960) y Querida, encogí a los niños (1989), sirve para ubicar a la perfección al espectador en el espacio-tiempo deseado: diminuto ante el mundo que lo rodea. Este concepto utópico que remite metafóricamente al Arca de Noé encaja semióticamente al dedillo con la narrativa positivista que plantea discursivamente. La perspectiva apela a garantizar que el espectador salga de la sala con la convicción de que la felicidad está ligada netamente a la perspectiva con la que se observen las cosas.
De los creadores de Toy Story 3, finalmente llega la proyección del esperado largometraje de animación COCO. La historia refleja el espíritu de Pixar y Walt Disney Pictures: transmite la magia entre el híbrido del mundo terrenal y fantasía. El guión aborda la cultura mexicana, más precisamente la celebración del Día de Muertos. Así, el espectador se sumerge de lleno al colorido mundo de tradición y ofrendas en la piel de un niño mexicano apasionado por la música que desea seguir los pasos de su ídolo: Ernesto de la Cruz (Benjamin Bratt en la voz original en inglés). Sin embargo, su familia se opone a que desarrolle su talento sin darle explicaciones. Miguel lucha por cumplir su sueño mientras le rinde homenaje en vida a este ícono musical, manteniendo viva su música tocando a escondidas de su familia las canciones con su guitarra… ¿Logrará hacer entrar en razón a su familia y cumplir su deseo? Así el guión a cargo de Lee Unkrich y Adrián Molina centran la trama en tender un puente entre las dimensiones de la vida y la muerte a partir de los recuerdos fotográficos. Este recurso es el elemento simbólico que refleja momentos felices y es el puntapié de un encadenamiento de flashbacks que explican por qué la familia del pequeño se resiste a que conozca quién era Ernesto de la Cruz y le prohíben imitarlo. En esta suerte de cruce de universos, Miguel conocerá en la Tierra de los Muertos al simpático músico frustrado Héctor (Gael García Bernal) que será el encargado de revelarle el lado B de su sueño. Entretanto, el arte del metraje da ritmo a la narración mediante una colorida paleta de colores y música al ritmo de los mariachis. Coco logra su objetivo: emociona y entretiene. Su mensaje lineal tiene por objetivo remarcar que el tiempo en la tierra es un tesoro. No se limita al público infantil y como contrapunto enfatiza que el amor y apoyo de la familia es la clave para cumplir metas sin descuidar en el camino los valores que definen la esencia del ser humano.
El largometraje dirigido, producido y protagonizado por el carismático actor estadounidense James Franco ratifica su nominación al premio Oscar en 2011 por su labor en el largometraje 127 horas y lo inscribe a sus 39 años como revelación cinéfila todo-terreno. Su perfil multifacético se completa con su rol de guionista, modelo, músico y pintor. En esta ocasión incursiona con nuevas zonas cinéfilas y siembra sus bases en el detrás de escena del film indie que la crítica norteamericana hoy considera culto, pero que en su momento determinó el peor de la historia del cine: The Room (2003). Su adaptación y homenaje a la obra del realizador Tommy Wiseau transmite a flor de piel las emociones y andanzas que todo aspirante a actor vive en carne propia en Hollywood. La trama narra la amistad de dos colegas y compañeros de teatro Tommy Wiseau (James Franco) y Greg Sestero (Dave Franco), que intentan perseguir su sueño y abandonar el estadío de estrellas estrelladas. Al unísono fortalecen los lazos de amistad entre ellos con gags que rememoran la literatura estadounidense de la que se nutrió a Franco como escritor: Henry Charles Bukowski, Melissa Ann McCarthy y el poeta William Faulkner. Gracias al magistral guión a cargo de la dupla Scott Neustadter y Michael H. Weber, el espectador estalla de risa con la performance de los hermanos Franco que los convierte en un hito cinéfilo e inscribe un antes y un después de la comedia. Los gags acompañan el clímax de la cultura pop. La puesta en escena descomunal permite que el espectador vibre al ritmo de la banda sonora y perciba la inmejorable química de la dupla. La chispa del actor de la saga Now You See Me de Louis Leterrier emerge y atrapa con el mismo rigor de aquel personaje con sonrisa cautivante. Este puntapié permite que James se apodere del protagónico y brille desde la primera escena. Sin mayores preludios, The Disaster Artist es la mejor tragicomedia del año en curso. Es irónica y cálida. Audaz y oportuna. Honesta y auténtica. Una joyita por donde se la mire. Los hermanos Franco son imbatibles. Su inquebrantable relación fraternal y goce de la profesión traspasa la pantalla y es un ejemplo a seguir para todo individuo que comprenda la vida como un instante único, irrepetible y de plena diversión.