Una de las virtudes destacables de este documental de Misael Bustos, es la de saber contextualizar espacio y tiempo de manera dinámica y concisa. Sin este elemento, sería bastante más difícil conectarse con El Fin del Potemkin. De hecho, aquel episodio de los marinos rusos varados cerca de la costa de Mar del Plata, fue una de esas noticias destinadas a llamar la atención en aquel verano de 1991 para luego pasar al olvido tapada por algún escandalote farandulero. Por eso, la enumeración de hechos internacionales conocidos por todos (Gorvachov y la Perestroika, la caída del muro de Berlín, etc) es un gran acierto del director de El Fin del Potemkin. Para cuando Víctor Yasinskiy comienza a relatar su historia, todo empieza a cobrar un aire familiar lo suficientemente fuerte como para lograr un estado de compromiso por parte del espectador. Al relato de Víctor se suma el de su compañero de circunstancia y amigo Anatoli Atankievich.
Bustos toma una noticia que en cualquier noticiero sería de relleno y la humaniza a partir de presentar a un hombre que se embarca en la decadente Unión Soviética de fines de los ’80 en busca de sustento para su familia. Pero en ese momento de la historia, la decisión de Gorvachov provocó (entre otras cosas) la pérdida de la identidad ciudadana. Incluso del sentido de pertenencia porque en cuestión de meses, el pasaporte de U.R.S.S. ya no era válido en ningún lugar del mundo y mucha gente quedó literalmente sin poder acreditar una procedencia, una nacionalidad. Un poco lo que pasaba con el personaje de Tom Hanks en La Terminal (Steven Spielberg, 2004).
La producción de Luis Puenzo es notable pues la película cobra mas fuerza con las imágenes tomadas en Letonia, Bielorrusia y Moscú. Son una lección de encuadre en busca de una idea conceptual. Paredes de edificios inmutables, fríos y enormes ante las vicisitudes del hombre por tristes que sean. Es que ambos marinos han atravesado leguas y leguas en busca de sustento para sus familias y se encontraron con una coyuntura política que atentaba contra el ánimo de cualquiera. Como si estuvieran atrapados en medio de la historia de la humanidad sin poder hacer nada para cambiar sus destinos. Así transcurren los relatos de ambos, contándonos como la siguen peleando 20 años después y aún sin poder retornar a sus hogares. A lo mejor hubiera sido mas redituable y efectista para la producción, convertirse en una especie de Sorpresa y media, pero el director se cierne a lo estrictamente documental y a retratar aquello que le llama la atención de esta circunstancia. Sin caer en el golpe bajo, su observación se torna más aguda. El Fin del Potemkin es una invitación a pasear por el epílogo de una potencia mundial y de cómo ésta no pudo ni siquiera sostener a parte de su gente. Un documental muy bien realizado. Vale la pena.