Dos a la deriva
Documental sobre marinos de la ex URSS varados en la Argentina.
El abrupto, inesperado derrumbe del comunismo dio material para ingeniosas ficciones cinematográficas. Un ejemplo: Good Bye Lenin , centrada en una mujer, orgullosamente marxista, que entraba en estado de coma antes de la caída del Muro de Berlín y a la que, luego, le ocultaban la conversión de su país al capitalismo. La historia de El fin del Potemkin , más dramática, también podría haber nacido de la imaginación de guionistas capaces de articular lo individual con lo histórico. Pero no: en este caso no se trata de inventiva sino de realidad, de una situación que bordea lo inverosímil pero es verdadera.
El documental, del argentino Misael Bustos, trata sobre marinos de distintas repúblicas de la ex Unión Soviética que en 1991, tras el desmembramiento de este Estado federal, quedaron varados en buques pesqueros frente a nuestras costas. Como Viktor Navorski, el personaje de Tom Hanks en La terminal , ciudadano de la ficticia Krakozhi, sus pasaportes pasaron a ser obsoletos de un día al otro. Esta situación, más una estafa empresarial, los llevó a quedar en un limbo: un limbo que, en el caso de los dos hombres mostrados en esta película, ya lleva veinte años.
Bustos prefiere eludir el mero relato a través de cabezas parlantes e imágenes históricas. A los testimonios de Viktor Yasinskiy y Anatoli Atankievich les intercala filmaciones de archivo: muchas de ellas, como las subjetivas de Mar del Plata a principios de los ‘90, nos hacen compartir el punto de vista de estos marinos sin patria, sin plata, sin rumbo, perdidos en un mundo extraño para ellos, familiar para nosotros.
Además del relato central, la película -rodada en Moscú, Bielorrusia, Letonia y ciudades argentinas- abunda en climas, en general nostálgicos, transmitidos con gran pericia técnica y un grado de profesionalismo infrecuente en documentales nacionales. Sin subrayados, el realizador juega con el antagonismo de los sistemas económicos. Hablamos de hombres que partieron de un país con un Estado todopoderoso y encallaron en otro con un Estado débil, en achicamiento: la Argentina menemista.
En algún momento, cuando los protagonistas cuentan sus penurias para sobrevivir, se alude a El acorazado Potemkin , sobre todo a la sublevación de los marinos del clásico de Eisenstein, obligados a comer carne agusanada . También podría decirse que aquel barco ya miltológico y el de Viktor y Anatoli (que no se llamaba Potemkin sino Latar II) reflejan la gestación y caída del colectivismo. Entre medio, las complejas, dolorosas historias individuales.