El fotógrafo de Minamata es una clase de película que a Johnny Depp le viene como anillo al dedo: es parca, un tanto abúlica, inexpresiva. Parecen ir bien de la mano, aunque, paradójicamente, Depp sale más airoso que en otras películas. Depp nunca llora, nunca se lo ve muy enfadado o afectado por las circunstancias, nunca grita, nunca ríe, generalmente esboza una sonrisa de maniquí tan artificial que se vuelve involuntariamente siniestro. Su Willy Wonka timburtoneano es un claro ejemplo de ello. Sus personajes no suelen verse sueltos, libres, no tienen gesticulaciones humanas: parecen estar siempre tensos, limitados por alguna represión interpretativa. En fin, Depp es tan frío como un témpano y en esta película algo de eso hay, si, pero en menor medida. A su W. Eugene Smith se lo ve más orgánico y menos hermético. Casi como si los años hayan curtido al actor y le hayan dado una soltura involuntaria que le sienta mucho mejor, más allá de los resultados artísticos de la obra que lo tenga como protagonista.
En El fotógrafo de Minamata, el Eugene Smith de Depp es un tipo harto con la sociedad, esa tan convulsionada que atravesó los 70 en medio de cambios culturales de todo tipo, pero ante todo poblada de violencia y actos criminales varios. Su Eugene Smith existió en la vida real y algo de eso vamos a remarcar en la película. Un film de denuncia sobre un pueblo japonés que se ve afectado por las secuelas que genera el entorno de una fábrica química y la lucha de su gente para tratar de que se visibilice tal tragedia.
Como Eugene Smith está harto de la gente, del entorno neoyorquino, de su trabajo como fotógrafo profesional, de su jefe, de la vida en sí, decide emprender viaje a Japón para ayudar a la gente que vive en las costas del país del son naciente…, pero más por influencia de una mujer que parece haberle movido el piso justamente en un momento de su vida donde todo se está yendo al tacho. Su viaje más allá de filantrópico, es una búsqueda personal, que lo relaciona no solo con su interior, además con la profesión que le da voz y prestigio. No sabe bien qué hacer con ello, aunque pareciera que desde hace años viene arrastrando esta clase de dicotomía sobre quién es, qué hace o hacia dónde se dirige.
En El fotógrafo de Minamata, Depp se calza al hombro el relato, y eso se nota. Más allá de estar casi todo el tiempo delante de la cámara, la visión del mundo que impregna el film es completamente suya, la de Eugene Smith, que se fragmenta entre el tipo que ya no ve con ojos amorosos a la raza humana y el que encuentra en un grupo de personas afectadas por obra del progreso capital, afecto y contención. El relato, entonces, estará atravesado por dos cuestiones medulares y poco más: la del hecho real, que intenta ser preciso, humanista, conmovedor, y el viaje personal del hombre que hizo visible tamaño problema. Tal vez no es poco, pero el problema con El fotógrafo… es que tanto el conflicto personal como el social es abordado de manera distante, fría, casi con una lejanía quirúrgica. La fotografía ejerce de verdugo donde abundan los tonos grises, impregnando a la película de un sentimiento de quietud, pero también de poca organicidad. Que haya momentos donde la imagen de archivo intermitente se entremezcla con la ficción, más que dar una sensación de veracidad, de apoyo en lo real, lo que realza es la poca creencia que el director tiene sobre su obra. Creer que este proceder evoca en el espectador su fe, es no entender las bondades de la película a la hora de contar una historia. Es acceder a ese “bastón” que sostiene y da firmeza en un lugar (el cine), donde en realidad, siempre y cuándo se sepa cómo hacerlo, no hace falta su utilidad final. El film se reduce a ésto y poco más si bien no aburre, y jamás abandona lo que quiere contarnos, que no es mucho, y la idea se agota. En fin, al menos no tenemos a Depp en versión maniquí siniestro, lo que sí es un logro.