Un hombre solitario ya entrado en años y con una frágil ofrenda en sus manos recorre solitarios caminos embriagado por la magia y la vitalidad de las creencias populares. En sus manos sólo lleva un pequeño árbol, fruto de su propio jardín, para entregar en forma de pago por su salvación. Su travesía tendrá como punto final una curandera del poblado vecino que puede sanar el mal que lo aqueja. En su cansino caminar se encontrará con una serie de personajes con los que dialogará acerca de temas banales mientras arma despaciosamente un cigarrillo y habla con voz quebrada y mirada perdida.
Los directores Miguel Baratta y Patricio Pomares retrataron entre la ficción y lo documental la calidez de ese hombre que necesita de su soledad para poder hacer de su vida un resumen de recuerdos, de fatigas y de algún destello de esperanza. Por momentos la simple trama se convierte en un monótono vagar, que atenta contra la intención del dúo de realizadores de relatar una historia cálida sobre la base de una cámara que se fija con insistencia en paisajes y rostros curtidos por el tiempo y las contrariedades. El mínimo equipo de actores está conformado por habitantes del poblado bonaerense de Carlos Keen. Las marcas de sus cuerpos, las arrugas de sus rostros y el peso de sus manos curtidas son los rasgos imprescindibles para conformar el relato.
Sobre la base de una muy buena fotografía y de una música de tenues melodías, el film puede interesar, sin duda, a aquellos que desean contemplar una existencia solitaria transida por el dolor y la soledad.