La muerte y sus metáforas
Documental de observación, con cruces de ficción, sobre el destino de un anciano que emprende un misterioso peregrinaje.
Los directores Miguel Baratta y Patricio Pomares mezclan ficción y documental en El fruto, una película que muestra el peso de una vida difícil. La de Juan, un viejo habitante de Carlos Keen (un pueblito bonaerense de 400 habitantes) que lentamente marca el ritmo de un filme rico en detalles.
El paso de los años, lo mecánico de la rutina, el cansancio y, sobre todo, la soledad del protagonista, transforma a Juan en un engranaje de una vida destinada a repetirse día a día. La película se enfoca quirúrgicamente en sus rasgos, la mirada perdida, sus arrugas, el desvelo que le pelea cada noche.
Trasplantar un árbol será la acción que le dará un eje a El fruto y esa silenciosa compañía estructurará un guión basado, también en silencios. Todo será contemplación cocinada a fuego bien lento, no apto para espectadores impacientes. El vívido sonido de la naturaleza (demasiado preponderante en el filme) parece reemplazar los movimientos de Juan, los articula y adapta a un entorno hogareño sombrío con mucho detalle en el óxido, las telarañas: el cruel e inevitable paso del tiempo.
Juan todo lo calcula. Mide cada palabra, dosifica su experiencia marcada en su larga barba mesiánica. Arbol en mano, el protagonista (sin experiencia actoral) emprenderá un peregrinaje hacia ninguna parte. Pero algo lo vigilará, la cámara siempre estará expectante ante cada paso de él, a veces detrás de un cristal, otras, desde lejos, para analizar la quietud del hombre y su casi nulo diálogo frente a otros vecinos.
La muerte ronda la película y en su repetición metafórica es donde el filme se ahoga, se hace predecible. Las creencias populares como la lechuza escarbando el alero, un perro negro (fantasmagórico) que se esconde bajo la cama de un difunto a la distancia o un vecino que lo chicanea si va para el cementerio con el árbol. ¿Atormentará esto al dueño del arbolito? ¿Sembrará nueva vida para poder morir en paz? Quien sabe.
Mientras una niña dibuja una mariposa -de lo más bello y efímero de la existencia alada- Juan resalta la corta vida del insecto y, una mujer le roba un pensamiento: “¿Para que vivir si la vida va a durar dos días?”, dice. El, renegado de la cultura (“los libros son tristes porque dicen cosas que ya pasaron”), no se permite mirar atrás. Jamás.
“No tenés que darle tanto cariño a ese perro, ya está viejo, se va a morir”, le dice Juan a un chico que cuida a un can. Esa frase sirve como proyección de lo que los demás piensan de él, recluido en el olvido, un náufrago de tanta vida. Al perro lo sacrificarán y el dirá: “La muerte no siempre tiene tiempo de ocuparse de todo”.