Son los días previos al carnaval y mientras los gauchos se preparan para cumplir con el ritual de purificar la carne, los animales presienten la llegada del fin. Un río los separa de la gran ciudad y, satisfechos de haber completado la tarea, los paisanos se embarcan atraídos por el fulgor de las luces. Los caballos se vuelven tótems de telgopor y las máscaras cubren los rostros en un mundo de fantasía.