La novela del fútbol
En una escena de El fútbol o yo (2017), la nueva comedia romántica de Marcos Carnevale (Elsa y Fred, Corazón de león, Inseparables), aparecerá por un breve instante el Tano Pasman, un tristemente célebre hincha de River, conocido por su irascible reacción frente a un televisor durante el partido en el cual su equipo se fue al descenso hace algunos años. La enorme popularidad que en su momento conquistó ese hombre se debió fundamentalmente a que su actitud reflejaba a la perfección una conducta legitimada por la cultura vernácula. Su festiva repercusión demostraba cómo la pasión por el fútbol de los argentinos admite el comportamiento exacerbado, irrazonable y absurdo de un hombre fuera de sí que grita durante un par horas frente a una pantalla. Será precisamente ese “fuera de sí” lo que el director va a intentar representar en una película que exhibirá los mismos problemas que su protagonista.
Desproporcionada, casi como una adicción irrecuperable, es la pasión por el fútbol que detenta Pedro Pintos (Adrián Suar). Su dependencia respecto de ese deporte es extrema. No solo sigue con desesperación a su propio equipo, sino que también no puede dejar de ver todos los partidos que transmiten por televisión, incluso aquellos que no tienen relación directa con su identificación futbolística. Pintos no puede evitar el despliegue incesante de su comportamiento compulsivo. Un desequilibrio que será expuesto desde la primera escena, cuando veamos al protagonista correr de una cancha a la otra para poder presenciar varios partidos de forma simultánea.
Mediante la multiplicación de escenas invariables en su disposición narrativa y ejecución formal –durante un entierro, durante un almuerzo familiar, durante un corte de luz, durante una reunión laboral, etc.-, el film de Carnevale mostrará cómo su protagonista comienza a tener problemas en su vida privada, especialmente con Violeta (Julieta Diaz), su mujer de hace veinte años, quien le pedirá una y otra vez que se conecte con su realidad, con su trabajo, con su familia, con ella.
Pintos tiene como grupo de pertenencia afectiva a un par de amigos fieles –“los muchachos”- que lo acompañarán, con diferentes niveles de adhesión, en su fanatismo, y como circunstancial adversario a un vecino que intentará conquistar a su mujer. Un intelectual que será identificado por el protagonista como un puto, ajeno a la pasión del macho argentino promedio. El tono bromista del film de Carnevale ostentará sin tapujos un discurso bravucón, chabacano y machista. El lugar reservado a las mujeres alternará entre el hogar familiar y los locales de ropa donde podrán enloquecer por su propia pasión consumista y discutir acerca de cómo lograr la atención de sus maridos. La convención será en esta película una norma indiscutible. El deseo de la mujer no será otro que el de ser feliz.
El trazo grueso, el estereotipo y la sobreactuación determinarán los pasos de una historia previsible y que agotará demasiado pronto sus fórmulas y giros dramáticos. Todo se sabe y se sabrá desde el primer minuto. El enojo de ella y el comportamiento burlón de él se repetirán, incansables, hasta el cansancio. Su puesta en escena estará gobernada por el régimen visual televisivo, con el desarrollo meloso y trivial de una telenovela de canal 13 o una propaganda de Quilmes con todos sus vicios. Abundarán los gestos cancheros de Suar y el humor vencido hace ya mucho tiempo de Alfredo Casero.
El fútbol o yo -escrita a dúo con Suar- expondrá rápidamente sus convicciones sobre cómo trabajar, desde una producción de alcance masivo, lo popular. A partir de un despliegue inagotable de lugares comunes no perseguirá otra cosa más que bromear con frivolidad acerca de los rasgos fundantes de una pasión fundamental en la construcción y consolidación de la identidad argentina. Una exhibición populista y demagógica, casi tan insoportable como los gritos de aquel rubio relator de fútbol que supimos conseguir para la televisión y que también tendremos que escuchar en el film de Carnevale.