Pasión de juguete
Hace unos años, en una reseña sobre la digna coproducción ítalo-argentina El Árbitro, me preguntaba cómo era posible que en un país tan futbolero como el nuestro haya pocas películas deportivas sobre fútbol. Sobre todo, porque con la enorme cantidad de gente que participa de la sinergia futbolera sería raro que ese tipo de película no resultara un éxito comercial. La mosca de Patagonik y la visión comercial de Carnevale parecía que iban en busca de ese negocio aún no tan explotado; sin embargo, El Fútbol o Yo no es una sport movie sino una execrable comedia romántica pasada de sensiblería que no sólo no le aporta nada al género sino que no le aporta nada al espectador futbolero. Porque aunque Suar sobreactúe algunos gestos de tablón y, por momentos, los diálogos se anclen en la dialéctica canchística, el deporte queda siempre en segundo plano. Acá, el fútbol, como se deja en claro en el texto de la película, podría ser el alcohol o la cocaína o las hamburguesas. La postura antihedonista del guion presenta a la adicción del protagonista como una mera excusa que pretende mostrar como un placer puede corromper lo que verdaderamente importa en la vida.
De todos modos, el conservadurismo más rancio de El Fútbol o Yo no tiene que ver con la ponderación absoluta de la familia y su valoración como eje salvador de la vida -como también podrían hacerlo Los Simpsons y tantas otras obras de diversos enfoques ideológicos- sino con las decisiones formales de Carnevale que nunca acompañan la pasión que despierta el fútbol. De hecho, la pasión es tratada como una enfermedad de la cual uno debe curarse. Los planos de las canchas son generales y lejanos, y las charlas de fútbol son sobre esquemas. No estamos frente al hermoso energúmeno de Discépolo en El Hincha que, entre varias genialidades y humoradas mucho más efectivas que las de Carnevale, decía: “qué taller ni qué trabajo ¿y los colores, y el club? ¿Para qué trabaja uno si no es para ir el domingo a romperse los pulmones en las tribunas hinchando por un ideal?”. Acá estamos frente a un Suar que pretende curarse en una ronda de adictos anónimos y que jamás estaría dispuesto a perder algo por su supuesta pasión. Si el Ñato de El Hincha posponía ad eternum su casorio por su amor al fútbol, acá el personaje de Suar luchará por resignar sus placeres para conformar a una esposa que piensa que el fútbol es una estupidez, lo mismo que, parece, piensan los realizadores.