Con esta comedia arranca la temporada fuerte del cine argentino (en realidad comenzó con el notable éxito de Mámá se fue de viaje) que continuará luego con los nuevos films de Ricardo Darín (La cordillera), Guillermo Francella (Los que aman, odian) y Oscar Martínez (Las grietas de Jara). En este caso, el director de Elsa & Fred, Viudas, Corazón de León e Inseparables conduce el film sobre caminos tan eficaces como previsibles.
Históricamente bastardeado desde el ámbito cultural por su condición de popular, el fútbol permaneció bien lejos de los radares del mainstream argentino contemporáneo. Hasta que hace un par de años los ejecutivos de las productoras locales se dieron cuenta de que allí, en ese componente constitutivo de la identidad nacional, había un material más que redituable en términos de taquilla. Así, dos años después de Papeles en el viento, una de las grandes apuestas comerciales nacionales del año tiene como eje los vaivenes de la pelota.
Aunque, en realidad, los resultados de los partidos importan poco para Pedro (Adrián Suar), un fanático empedernido capaz de saltar de un estadio a otro durante el fin de semana y de poner el despertador a la madrugada para ver la definición de una liga asiática. Su pasión le jugará una mala pasada cuando, con apenas días de diferencia, pierda su trabajo –lo echan por, claro, estar viendo fútbol- y a su mujer (Julieta Díaz), quien lo pone entre la espalda y la pared obligándolo a elegir entre su familia y el fútbol.
Solo y viviendo en una casa de prestado, Pedro empezará un tratamiento contra… el alcoholismo. Sucede que, sin saber a dónde ni a quién recurrir, termina llegando a un grupo de alcohólicos anónimos en el que conoce a su flamante “padrino”. La interpretación desatada, al palo, de Alfredo Casero es el único eslabón que parece no seguir la corrección generalizada que impera durante los poco más de 100 minutos de metraje.
Sucede que El fútbol o yo –como casi todas las películas de la filmografía de Marcos Carnavale– es un tren que avanza sobre la ruta inamovible que dibujan los carriles de un guión de hierro. La sensación de cálculo detrás de cada situación hace que a El fútbol o yo le cueste respirar, como si se asfixiara en sus propias “obligaciones” narrativas.
¿Es graciosa? Por momentos sí, sobre todo en las bienvenidas apariciones de Casero (el relato sobre su madre es antológico) y en algunas escenas de Suar, quien, es cierto, siempre hace lo mismo, pero lo hace bien. ¿Es emotiva? También, pero únicamente a fuerza de golpes de efecto y reiteración (hay al menos tres largos parlamentos “confesionales” de Suar en la última media hora). Sin carnadura para ir un poco más allá, con poco coraje para superar sus propias taras, El fútbol o yo se contenta con ser lo que todos esperan de ella. El resultado deja el mismo gusto a poco que un 0 a 0 de local.