La mejor crítica de cine del mundo, Pauline Kael, en su texto sobre Orson Welles “No hay nada que hacer” plantea que el público masivo ve grandes superproducciones vacías, con mucha acción carente de sentido. En ese texto, increíble, habla del rol del productor, actor y director. Welles impregnaba la actuación de sutil ironía, incluso cuando la película podría ser mediocre. “Se necesita una gran dosis de talento latente para decirle al público que uno está haciendo algo que no vale la pena”. Esto es muy interesante, ya que Kael habla sobre la génesis del actor y como uno bueno nunca pierde su inteligencia, incluso cuando todo se está yendo al demonio. Raro, pero asociativo al máximo, cuando terminé de ver El futbol o yo de Marcos Carnevale, y protagonizada por Adrián Suar, recordé este exordio.
Suar (quien es cómico de TV) interpreta a un adicto al fútbol, tiene buenas intenciones no lo dudo, pero carece de conciencia de sí, en ningún momento logra internalizar ni mostrarse vulnerable ante el problema de una adicción, ni con sus muecas pantagruélicas hacer reír en los pasos de comedia. Suar no se deja llevar, no se suelta, no quiere o no puede meterse en rol del actor o simplemente no se esfuerza por recrear una persona con un problema que lo deja sin trabajo, sin casa y sin familia. El tema es devastador y podría resultar atractivo para la hechura de una comedia disparatada. La dirección de Marcos Carnevale – Anita, Viudas, Inseparables, Corazón de León- resulta acartonada, los planos (odio los contrapicados intencionales) mecanizan aún más un guión que no tiene picardía y no sabe jugar con la identificación. La comedia romántica no trasmite la desazón de una pareja en crisis. Pero empecemos por el principio.
La primera secuencia muestra a Pedro (Suar) ante la abatida pérdida de la abuela de Verónica (Julieta Diaz) su mujer, los chistes comunes ante la muerte y la insistencia de Carnevale en describirlo como un fundamentalista del fobal, precipitan una trama repetitiva y poco graciosa. La condición de hincha acérrimo es mostrada con timidez: Pedro es fanático del fútbol en general, pero no se lo muestra como hincha de un club específico, entiendo que mostrarlo únicamente de un equipo enojaría algunos futboleros ortodoxos, pero es raro verlo al protagonista salir de la hinchada xeneise, para meterse en el gallinero. El fanatismo no es así. Ni siquiera los números físicos, de slapticks, son irrisorios. Pedro es jefe de ventas en una empresa multinacional, tiene un buen pasar económico, un departamento salido de casa FOA, pilcha de primera. Vive su vida despreocupada, ligeramente, pero no con esa ligereza de adolescente, sino más bien con esa avidez de adulto egoísta. Pedro es un ególatra que piensa en sí mismo (absolutamente machista), desde el comienzo la descripción histérica del personaje, generar rechazo y poca gracia. Incluso Pedro resulta desagradable.
La química entre la pareja principal, tampoco es arrolladora, el romanticismo pasa de largo, Verónica/Julieta Diaz se muestra con cara de desazón (para decirlo finamente) ante la misoginia de Pedro. Todo transcurre como al pasar, con un pulso que no conmueve. Verónica está cansada y se quiere separar. Pero ni ese gancho de “recuperar el terreno perdido” es utilizado con éxito para meter una gambeta en la comedia romántica. A Pedro lo echan de la casa y sus lágrimas son de cocodrilo. “Llorá Pedro Llorá” dan ganas de gritar casi como un cantito futbolero desde la platea.
Los únicos gags que funcionan son los protagonizados por Alfredo Casero, un segundón en la historia que entiende de comedia, y le otorga al metraje el mejor monólogo de la historia. Casero interpreta a Roca, un padrino de adicción de Pedro, que lo ayuda con su problema. Roca habla de su adicción al wisky y suena creíble, quizás es la escena más sincera de El futbol o yo. El cotillón por mantener a Suar siempre en escena no da reposo en esta película que ni siquiera es pasatista en el buen sentido del término. La gente que sigue al “chueco” probablemente poco le importe la fallida incursión en el género (el tiene su público y es cómplice en todas sus películas), y seguramente le irá bien en la taquilla. Con un final predecible -Suar casi mirando a cámara resulta un atentado al cine- El futbol o yo es una película con poca sustancia que roza la comedia sin hacerle mella.