SE DOBLA PERO NO SE ROMPE
“Mañana la llamo” es lo último que se escucha en El futuro que viene. La frase, trivial, no podía ser más perfecta para concluir la ópera prima de Constanza Novick: porque la película protagonizada por Dolores Fonzi y Pilar Gamboa se construye en base a esos momentos triviales que comparten Romina y Florencia, una amistad de la infancia que la película registra en tres tiempos, y donde en todo momento se busca mirar detrás del grandes éxitos de una historia de vida compartida. Lejos de lo estridente, con enorme sensibilidad y calidez, El futuro que viene toma la amistad más como contenedor que como continente, porque lo que hace la guionista y directora es mirar ese vínculo mientras es atravesado, invadido, lacerado por el paso del tiempo y por las decisiones que van tomando con sus vidas Romina y Florencia. Así, El futuro que viene es una película sobre la amistad, sí, pero también y más aún una sobre la maternidad, la vocación, el trabajo, las tareas que emprendemos por necesidad pero sin placer, la construcción de una familia, y varios temas más. Y ahí permanece la amistad, que se dobla pero no se rompe.
El futuro que viene arranca en los 80’s y llega hasta el presente. En la infancia, Romina y Florencia comparten colegio, tienen vínculos especiales con su madre y con la madre de la otra. Los hombres, en ese marco, son una ausencia o un fuera de campo. La madre de una parece más liberal, la madre de la otra un poco más conservadora. El tiempo, claro, encontrará a cada hija siguiendo un camino diferente, ya sea por oposición fortuita o buscada: la hija de madre liberal estará inmersa en un matrimonio infeliz, y con hijo; la hija de madre conservadora, será una suerte de tiro al aire imprevisible. Novick expone todo esto, juega a trabajar el destino de cada personaje como una suerte de causa y efecto, pero nunca lo remarca. Los personajes están ahí, son eso, sus vidas se han convertido en un espacio bastante frustrante, cada una a su manera. Lo bueno de la película, su genialidad intrínseca, es cómo hace esto sin subrayados, con una sutileza y una amabilidad poco habitual en nuestro cine, afecto al costumbrismo grosero o a la introspección afectada. El futuro que viene, incluso, no le hace asco a un humor que tiñe los pasajes más absurdos. Y siempre en el medio, Romina y Florencia, dos criaturas reales, tangibles, hermosas en sus contradicciones.
El film de Novick es notable no sólo por su fluidez narrativa, sino por lo intrínseco, por cómo cuenta lo que cuenta y desde dónde decide contarlo. Esa es su mayor clarividencia y lo que la distingue: se centra en diálogos geniales, pero que no rebosan inteligencia a la manera de un guionista que quiere sobresalir. Son diálogos que exudan cotidianeidad, charlas de amigas y reencuentros que dejan adivinar la oscuridad subterránea pero siempre con la necesidad de ser amable en la superficie. Así una puede aseverar con un desgarro anestesiado que si sabía cómo era eso de tener un hijo, no lo tenía. Se dice eso, y la charla sigue. Novick no tematiza, construye una película que se alimenta de los grandes temas pero alejándose tanto de la bajada de línea como de la enseñanza de vida. Y es curioso, porque si hay algo que vemos pasar delante de nuestros ojos durante la película es eso, vida, la vida de dos minas que carecen de certezas, que pueden herirse, pero que son amigas. Ese es otro acierto del film: no pensarse desde lo seguro, sino mostrar su inseguridad a cada momento.
Y para que todo salga perfecto como sale, El futuro que viene tiene dos ejecutantes increíbles: Dolores Fonzi, encontrando luz entre tanto personaje torturado, y Pilar Gamboa, jugando con diversión la imprevisibilidad de su criatura. Lo que hacen Fonzi y Gamboa en la pantalla es de una complicidad increíble y de una fascinación arrolladora para el espectador. A pesar del dolor que atraviesa a los personajes, de historias desdichadas que encuentran su consuelo en ese vínculo extraño llamado amistad (que no se parece a la familia ni a la pareja, pero es igual de intenso), El futuro que viene es una película feliz y luminosa. Porque la vida, al fin de cuentas, es como la amistad: se dobla, pero no se rompe.