Una que sepamos todos
Un deportista es exitoso en lo suyo. Le va bien, gana algunos encuentros, hasta que por una desgracia comienza a caer estrepitosamente. Sufre, le cuesta, no sabe qué hacer. Hasta que sale a flote. Y listo. Todos lloramos, nos gusta la historia, la tomamos como ejemplo.
Si nos ponemos a pensar, podríamos nombrar, sin repetir y sin soplar, más de una decena de películas así. Aquellas llamadas “de redención”. Las de la persona que cae, que vence los obstáculos y que, a pesar de todo, vuelve a vivir. Todo un cocktail de placer para el gusto estadounidense.
En El Ganador pasa algo parecido. La fórmula se usa con una pequeña vuelta de tuerca. Esta vez, el problema principal no yace en el propio protagonista, sino en su familia.
Micky Wards es el hermano de Dicky, un ex boxeador, que tuvo mucho éxito en su momento, antes de caer en una pesada adicción al crack. Con semejante pasado familiar y una madre combativa que oficia más de manager que de compañera, Micky ve su victoriosa vuelta al ring demasiado lejos.
La historia, que es real, es inspiradora. Pero la forma en la que es contada, quizás por sus pocos atributos originales, resulta previsible.
Mark Wahlberg, que además de ser el protagonista es uno de los productores y luchó durante muchos años para llevar la historia a la pantalla grande, se luce con un entrenamiento físico exigente y un notable contraste de su personaje con los del resto. Se nota una esencia pura en su personalidad, sin ninguna aspiración más que triunfar por la vía buena. Igualmente, comparado con las otras actuaciones, queda muy desdibujada en el reparto.
Christian Bale, uno de los mejores actores de su generación, compone un complejo personaje, con fuertes características expresivas. Es estupendo. Y Melissa Leo es magnífica. Como la madre y la comandante de una familia compuesta por cinco hijas, resulta muy convincente, con mucha fuerza en su actuación. Un torbellino de energía, con muchos matices que, al igual que Bale, terminan siendo lo mejor de la cinta. Y eso que Leo tiene apenas 10 años más que los actores que hacen de sus hijos, en la vida real.
Por otro lado, Amy Adams, la actriz inocente de Encantada y La Duda, interpreta a la novia de Micky, a quien conoce en un bar y a quien acompaña en la transición que debe superar. Es el rol más arriesgado que le tocó a Adams, por la adultez del texto y porque es un personaje irascible, que va al frente, lejos de ser un personaje de Disney. Se celebra ese riesgo.
La dirección de David O. Russell no propone nada demasiado nuevo. Quizá la forma en la que está filmada, de manera intimista, parecida a un documental, por la calidad de la imagen.
El resto de los detalles técnicos también no salen de la media, salvo la edición, vital en una película deportiva.
Una historia de vida vinculada al box, distinta como todas las historias, parecida en la forma de narrarla. ¿Merece ser contada? Claro que sí, pero no de esta manera.
Todo film, para quedar en la historia, necesita su identidad, un aporte al género. El Ganador, inflada por la crítica estadounidense, principalmente, no lo cumple.