La familia como círculo vicioso
Al lado de ciertos dramas pomposos y artificiosamente fatalistas que hormiguean en torno al Oscar, una película como El ganador es casi un alivio. Vital, ligera, echando cierta mirada cuestionadora sobre las instituciones (la familia, la policía, el deporte), con algo de humor y afecto hacia sus personajes sin ocultar sus defectos, este film de David O. Russell (1958, New York, EEUU), aunque no exhibe méritos como para competir por premios importantes, resulta un disfrutable film menor.
Después de un comienzo algo errático, va cobrando interés la situación de los hermanos boxeadores Micky (Mark Wahlberg) y Dicky (Christian Bale). El film ronda dos o tres cuestiones en torno a ellos: sus dificultades para destacarse como deportistas, la expectativa por la preparación de un documental televisivo sobre Dicky y las presiones que la familia ejerce sobre Micky, en quien todos depositan demasiadas expectativas, sobre todo a partir de los fracasos de su hermano. Sin dudas, este último es el asunto más interesante de El ganador, que juega con ambigüedad con el peso de las relaciones familiares: Dicky (figura en la que es posible reconocer actitudes de deportistas conocidos) exaspera como un adulto con comportamientos adolescentes y adicto a las drogas, en tanto la madre exhibe todo el tiempo un autoritarismo astutamente enmascarado de generosidad; sin embargo, el egoísmo de ambos (que los lleva a dirigir, por conveniencia, la vida de Micky) se confunde con algunos gestos de comprensión y afecto sincero.
Quien se encarga de desestabilizar ese estado de cosas familiar es una novia de Micky, inmediatamente vista como enemiga por las mujeres de la familia (la mamá cuenta con el apoyo incondicional y medio ridículo de siete hijas de edades parecidas). “¿Quién puede ayudarte mejor que tu madre?” le dicen al protagonista, y en frases como ésa El ganador desliza ironías no muy habituales en el cine de Hollywood. El simple hecho de que en un film de boxeadores los personajes más fuertes sean los femeninos, habla a las claras de un enfoque singular.
En cuanto pintura de la realidad barrial, El ganador dialoga con Atracción peligrosa (The town, dir: Ben Affleck), aunque el film de Russell es muy desparejo y cae, en ocasiones, en trazos gruesos y recursos elementales, como esos vecinos que se sorprenden desde la vereda de enfrente con los escándalos que la familia provoca en plena calle. El retrato de esta clase media-baja comprende comentarios burlones sobre las salas de cine “para ricos” y los films extranjeros con subtítulos, poniendo en boca de los personajes comentarios que, lamentablemente, también son comunes entre ciudadanos estadounidenses con mayor dinero y educación. Un film anterior de este director, Tres reyes (1999), también se aproximaba sin solemnidad a otros temas generalmente abordados con prudente respeto en su país.
La secuencia de la persecución policial a Dicky, así como otras en las que el director emplea un montaje paralelo, resultan tensas y divertidas. De la misma manera, es estimulante ver a Christian Bale y Amy Adams en caracterizaciones distintas a lo que vienen haciendo últimamente, y tanto ellos como Melissa Leo –los tres nominados al Oscar– actúan con perspicacia y simpatía, en tanto no desentona con la pasividad de Micky la habitual expresión de desgano de Wahlberg (mayor que Bale en la vida real aunque en el film compone al hermano menor). De este puñado de actores y de una vigorosa banda de sonido (que, en busca de adrenalina, va de los Rolling Stones y Led Zappelin a Aerosmith) dependen algunos de los aciertos de este film irregular.
El tramo final resulta algo condescendiente, pero el último plano confirma –respecto a las relaciones filiales y la posibilidad de zafar de los deseos de los demás– una tesis incómoda.