Otro muerde el polvo.
Ningún deporte le sienta tan bien al cine como el boxeo. Por su dinámica intrínseca, este parece acompañar y exaltar aquella inédita cualidad advertida por Walter Benjamin en los albores del séptimo arte: el efecto de shock producido por la sucesión de fotogramas. En cuanto al abordaje temático, la archiconocida historia del tipo recio y humilde cuya ambición lo lleva a subirse a un ring e intercambiar trompadas no sólo con el oponente de turno sino con sus propios demonios constituye una premisa perfecta, una parábola trágica de hazañas memorables, excesos malditos, oportunidades perdidas y sueños rotos que Hollywood desarrolló en numerosas ocasiones, a veces con grandes resultados. Allí están Toro salvaje, la saga de Rocky, Fat City y Million Dollar Baby para demostrarlo. Si bien El ganador se vale de las convenciones subgenéricas establecidas por estas obras emblemáticas, también explora otros caminos que por momentos la acercan a la legendaria Rocco y sus hermanos de Visconti.
El film, ambientado en 1993, se basa en la historia real de Micky Ward (Mark Wahlberg), un discreto boxeador de Massachusetts. Lo rodean su hermano Dicky (Christian Bale), un adicto al crack que también fue pugilista y tuvo sus quince minutos de gloria en los años 70 al derrotar por casualidad a Sugar Ray Leonard, y su madre Alice (Melissa Leo), una inflexible neurótica que mangonea la familia a su antojo. Entrenado por uno y representado por otra, Micky no logra hacer despegar su carrera hasta que una novia, la sexy y temperamental Charlene (Amy Adams), lo convence de intentar triunfar por su cuenta.
La estructura narrativa aquí no es la de Rocky ni la de Toro salvaje. El héroe Balboa encarnaba el sueño americano en oposición a los riesgos generados por este –el poder corrupto, la fama, el dinero fácil–, mientras que el antihéroe La Motta sufría los entuertos de un carácter terriblemente autodestructivo. En el caso de Micky la tragedia está dada de antemano. Los primeros dos tercios de metraje conforman un escabroso drama familiar donde las mujeres llevan la voz de mando (sólo falta que suegra y nuera se calcen los guantes). En esta instancia la película se regocija con las miserias que muestra y, pese a lo que se podría esperar de tal estrategia, la cosa funciona. Mark Wahlberg, quien ya trabajó con el director David O’ Russell en la notable Tres reyes, entrega una interpretación sólida y contundente, que hace recordar al Dirk Diggler de Juegos de placer en su función como base de apoyo para los demás personajes, indudablemente caricaturescos. Por cierto, El ganador se acaba de llevar dos Oscar, uno lo ganó Christian Bale (su Dicky recicla algunas payasadas de Psicópata americano) y el otro Melissa Leo. Nada para Marky Mark, que ni siquiera estaba nominado. Una pena.
Con respecto a los aspectos formales, O’ Rusell recurre a una efectiva variedad de texturas y lenguajes mediáticos. Los fragmentos de falso documental, archivo televisivo y filmaciones en Súper 8 se intercalan con la acción al ritmo vertiginoso de una espectacular banda sonora. Esto toma relieve sobre el final, cuando el conflicto familiar se resuelve mágicamente y da lugar a una épica deportiva digna de Rocky. Quizá algunos se sientan traicionados por este desenlace tan feliz. No es el caso de quien escribe estas líneas. Después de todo, ¿cómo no sentir ganas de saltar de la butaca y tirar piñas al aire cuando comienza a sonar Here I Go Again de Whitesnake y Micky sale a afrontar la pelea de su vida? ¿Cómo resistirse a ese momento en que El ganador parece revelarse como un compendio brillante de todas las películas sobre boxeo?