Lo mejor que tenía la saga “Shrek”, una vez disipada la parodia a los cuentos de hadas según el modelo cinemático Disney, es el personaje cuya voz pone Antonio Banderas, ese Gato con Botas que cruza la heroicidad con el absurdo. Mientras el ogro se deslizaba a la parodia liviana, el gato aparecía como un refugio de la vieja y querida estética del cartoon. No es raro, pues, que se haya establecido como dueño de una “marca” por propio derecho. El film que nos cuenta sus aventuras previas al encuentro con el ogro verdoso, tiene varias virtudes. La primera es no cambiar al personaje, sino mantenerlo dentro de las constantes que ha sabido desarrollar. La segunda es que el relato de aventuras aparece realmente preciso, y mantiene el interés por encima del chiste del gatito adorable que esconde el alma de un tigre mayúsculo. El tercero, un diseño que atrapa el ojo. El entretenimiento tiene sus lujos y algunos momentos de extrema comicidad. Hay, también, algunos defectos: la necesidad de que todo sea gracioso, la no siempre bienvenida recurrencia al anacronismo, varias secuencias cuya única emoción radica en la proeza técnica, y algún apresuramiento a la hora de redondear la historia. Sin embargo, la simpatía del personaje, indisoluble a su dibujo, alcanza para que se trate de un entretenimiento cabal, que no apela solo a lo conocido sino que trata de establecer su propio rumbo. Para gritarle “olé”, con ganas.