Un verdadero renacimiento de su cine propone Carlos Sorín con su nueva película, fundamentalmente por su apuesta de género, que se suma a un alto riesgo narrativo y visual. La singular obra del director de El camino de San Diego incluye un par de verdaderos hitos del cine nacional como La película del Rey e Historias mínimas, pero tras su poética y contemplativa La ventana, minimalista y fallida, parecía que su carrera estaba entrando en un punto muerto. Y ahora rápidamente establece un golpe de timón con El gato desaparece, thriller acotado pero repleto de suspenso, vueltas de tuerca y agudas observaciones de la vida cotidiana.
La trama se reduce al periplo de un profesor universitario dado de alta luego de un brote psicótico, y la tensión e intriga que generan su vuelta al hogar, especialmente en su vulnerable y expuesta mujer, crecen hasta llegar a instancias intolerables. Con sugerentes apuntes visuales -acentuados por el abarcativo superscope-, un suspenso bien entendido y algo de humor negro, el director logra entretener, inquietar, sorprender y ofrecer alguna breve e irónica reflexión. Estructura que se apoya en la sólida pareja de intérpretes compuesta por Luis Luque, excepcional en su capacidad gestual y manejo expresivo, y la notable paleta de emociones que transmite Beatriz Spelzini. Más allá de un estilo predeterminado, Sorín demuestra su condición de cineasta puro, capaz de lograr que hasta un animal tan inmanejable como un gato, le responda.