Desde su reaparición en el cine nacional, el experimentado director Carlos Sorín nos había ofrecido muy buenas pequeñas películas. En 2002 volvió al cine luego de más de diez años con el lanzamiento de Historias mínimas, un filme que casi no contaba con actores profesional (la excepción de Javier Lombardo es la más notable) y que sorprendía desde su relato que entrelazaba los mundos de los pequeños personajes. Dos años más tarde, con Bombón: el perro (2004), Sorín redoblaba la apuesta, poniendo a un protagonista absoluto sin experiencia actoral y rodeándolo de intérpretes amateurs también. Nuevamente en la Patagonia argentina, El perro contaba la historia de Juan Villegas, un hombre viejo y taciturno, que iba en búsqueda de su can perdido siguiendo casi su instinto para hallarlo en el vasto y árido territorio del sur argentino. Más cerca en el tiempo, Sorín mantuvo su estilo lejano al mainstream y al cine comercial convencional para seguir contando historias pequeñitas, como la del joven que le acerca una rama curativa a un convalesciente Maradona que está internado en un hospital (en El camino de San Diego, 2006), o los pormenores de un viejo que acaba de sufrir un ataque cardíaco, nuevamente con el marco de la Patagonia adornando la fotografía (La ventana, 2008).
Con El gato desaparece, Sorín se acerca claramente al cine más comercial y hasta de género, con una historia sobre un profesor universitario que vuelve a su casa luego de estar internado en un hospital psiquiátrico a causa de un brote de ira. Su mujer (Beatriz Spelzini) lo busca, contenta aunque algo temerosa por el diagnóstico de su marido. Pese a que los médicos le indican que todo está bien y que la medicación debería contener los arranques violentos de su marido sin problemas, ella no está tan segura. Y cuando llegan a la casa, luego de un breve altercado con la mascota de marras, el gato desaparece...
Además de alejarse de ese cine austero, fotográfico, "mínimo", para acercarse a un relato tradicional y con mayor producción a nivel general, Sorín elige esta vez trabajar con actores de mayor trayectoria que lo que nos tenía acostumbrados. El filme se nutre con un buen elenco compuesto por Luis Luque y Beatriz Spelzini en los papeles protagónicos y María Abadi y Norma Argentina en los secundarios principales. Ninguno desentona, pero las palmas se la lleva la pareja protagónica: la paranoia creciente de Beatriz y la parsimonia ambigua de Luis, las principales armas que tiene el relato para mantener en vilo a los espectadores. Sin embargo, no se trata de un filme que nos ponga los pelos de punta. El interés se mantiene con lo justo, gracias a esta duda constante que se plantea desde un principio y que está muy bien llevada por estos dos actores.
Al ser un filme de suspenso e intriga, necesita de momentos intensos. A pesar de que estos aparecen a cuentagotas, las veces que sucede, son escenas logradas, como la del sueño de la protagonista.
El gato desaparece es una película pequeña, pero no tanto como nos tenía acostumbrados su director. Intrigante aunque de ritmo débil, logra mantener el interés y remata de manera satisfactoria. Una rareza dentro de la filmografía reciente de Sorín y al ser una propuesta de suspenso le viene muy bien al cine argentino, un poco ajeno a este género.