Si el espectador busca un ejercicio en cine de suspenso sin mayores pretensiones, “El gato desaparece” no lo va a defraudar y se va a llevar de yapa los muy buenos trabajos actorales de Beatriz Spelzini y Luis Luque. Si busca algo más, alguna densidad o que ese mismo suspenso tenga un peso trágico, no, no es la película. Aunque se encuentra dentro de lo mejor que ha hecho Carlos Sorín, tiene un defecto que es al mismo tiempo estético y narrativo –en realidad, una cosa es la otra–: sus escenas no fluyen. Cada secuencia, por separado, funciona sola, como pequeños cortometrajes o –y aquí se nota el oficio de Sorín– como films publicitarios. Se “cierran” y no generan ese deseo de ver qué sigue, que cualquier película –y sobre todo las de suspenso–, requiere. La situación es la siguiente: un hombre que ha tenido un episodio violento y fue internado en un neuropsiquiátrico, sale y vuelve con su mujer. Él es un profesional universitario de muy buen pasar económico, y ella un ama de casa burguesa. El gato de la pareja ataca al hombre en cuanto llega a su casa y desaparece. La mujer siente dos angustias que pueden ser una: la de la pérdida de la mascota y la de no saber si ese hombre alegre y tranquilo no esconde a un violento reincidente. El final incluye, claro, vueltas de tuerca. En ocasiones, Sorín se siente atraído por el suspenso, pero en otras prefiere concentrarse en los toques satíricos alrededor de sus personajes, rompiendo a la vez ese suspenso. En esa diletancia, el film disuelve gran parte de su efectividad.