Suspenso y un humor muy sutil se mezclan en El Gato Desaparece, último film que dirigiera el reconocido Carlos Sorín (La Era del Ñandú, Historias Mínimas, entre muchas otras). Luis Luque (en su rol de Luis) y Beatriz Spelzini (quien encarna a Beatriz, la esposa de Luis) logran en un trabajo impecable sostener una historia que atrapa e intriga hasta el último minuto.
Abundan los primeros planos y los planos medios; en este trabajo la gestualidad de los protagonistas habla por sí misma. Los planos más amplios dan, por otro lado, una idea de la pequeñez de los individuos frente a su destino.
Luis acaba de salir de un neuropsiquiátrico y sus médicos aseguran que su problema está superado. Está sensible, se toma con calma el retorno a su casa y la vuelta a una vida normal. De a poco trata de reinsertarse y recuperar su trabajo y sus vínculos. Beatriz está feliz pero no puede esconder sus miedos; le es imposible olvidar los hechos que llevaron a su marido al encierro y se siente insegura. La angustia logra apoderarse de ella y la lleva al límite de su capacidad de adaptación a esta nueva etapa. Sin embargo, no pierde la esperanza de poder retomar su vida normal, tal cual era hasta antes de los hechos. Por otro lado está Donatello, el gato de la casa y fiel compañero de Luis, que desde el regreso del hombre se comporta de manera extraña. De pronto, un día, el gato desaparece.
Desde el primer momento y durante todo el film los protagonistas despliegan su talento. Spelzini proviene de las tablas y se nota; su cuerpo todo se transforma y de ello resulta una mujer debilitada por la situación que atraviesa. La angustia se ve en su rostro, sus manos, su delgadez; se siente en sus palabras. Luque, por otro lado, parece caber perfectamente en el papel de un Luis sombrío, a veces distante, algo turbio. Es un personaje oscuro por momentos, y en otros es tan transparente en su propio temor y sensibilidad que conmueve. La dupla contribuye a crear una atmósfera estresante.
Con un guión sólido y bien estructurado, la historia se desarrolla en ambientes de una casa llena de rincones y persianas que impiden el total paso de la luz. Las escaleras, que aparecen desde el principio como un camino que lleva no se sabe bien hacia adónde y por las que camina Donatello, enfatizan el misterio que está presente en todo el film. El director juega también con la oscuridad de la noche; todos los elementos se conjugan para crear una trama que no da pistas hasta el final.