LA SOSPECHA
Tal como avisa un cartel antes del comienzo de la película, se pide a los espectadores no contar el final. Ante tal advertencia, la crítica de este film de suspenso, dirigido por Carlos Sorín, tampoco debería ser leída por quienes no hayan visto la película.
Carlos Sorín había entrado en la historia del cine argentino en 1986, cuando realizó La película del rey. En el 2002, Historias mínimas lo volvió a poner en el centro de atención, logrando esta vez un gran cariño por parte del público. Entre los cinéfilos que lo descubrieron en aquel primer film y los espectadores que lo valoraron por el segundo, Sorin daba una combinación de inquietudes y estilos difícil de definir. Con El gato desaparece, el realizador vuelve a sorprender, esta vez, entregándose de forma completa a un ejercicio de género. Un film pequeño, exacto, que cumple con su objetivo.
Luis ha sido dado de alto luego de pasar un tiempo internado en un psiquiátrico. Su esposa Beatriz lo recibe nuevamente en la casa, pero desde un comienzo no tiene la certeza de si su marido está recuperado o si tendrá una recaída. Como el episodio por el cual fue internado tuvo que ver con un ataque violento, la sospecha contiene una alta dosis de temor a que la violencia vuelva a irrumpir. Luis está un poco cambiado, pero no sabemos cuánto. Medicado, algo perdido, de todas maneras su actos no son lo suficientemente atemorizantes ni tampoco tranquilizadores. Y toda la película se basa en saber qué es lo que realmente pasa por la cabeza de ese personaje. Los médicos dicen que se ha recuperado, pero el gato del matrimonio lo rechaza violentamente. ¿A quién le creemos, a un experto o a un animal? Lo que nos han enseñado las películas de género es a tomarnos muy en serio las reacciones de los animales y por eso cuando el gato desaparece todos sospechamos lo peor.
Claro que el ingenio de la trama consiste en abrir sospechas y luego cerrarlas, en vivir, junto con Beatriz, las ambiguas conductas de su marido. Para que esto funcione la película cuenta con una pareja protagónica de gran nivel actoral. Mientras que Beatriz Spelzini tiene que hacer el esfuerzo visible que su personaje requiere, Luis Luque debe hacer todo lo posible para parecer amenazante y, a la vez, no parecerlo Es justamente él, quien debido a este doble camino complicado y fino, realiza una actuación memorable.
Aunque está claro que El gato desaparece cumple perfectamente con su cometido, la disyuntiva entre loco o no loco que atraviesa la corta duración de la película genera que no se pueda ir más allá de eso y limita la posibilidad de la historia de generar más significados. Sí queda claro que como ocurría con el director de La dama desaparece, el temor a que nuestro ser más cercano sea un misterio subyace en toda la angustia que genera de la película. Pero acá no estamos a la altura de los films de Hitchcock, sino más bien de los episodios de la serie Alfred Hitchcock presenta. Esto no debería tomarse como una crítica, sino como un elogio. El cine argentino parece afianzarse cada vez más en formas narrativas sólidas y efectivas. El gato desaparece no pierde el rumbo, no confunde sus objetivos y no pretende ser lo que no es. Sabemos que muchos films no consiguen hacer esto.