SOBRE CONVENCIONES Y RIESGOS
En un momento de El gerente, su protagonista Álvaro se encuentra en una primera consulta con un cardiólogo. El médico le diagnostica hipertensión y le pregunta por su vida. Allí Álvaro le describe una rutina diaria aparentemente sin problemas, en un tono apagado que de tan calmo parece impostado, como si estuviese escondiendo una tensión secreta. El registro actoral de Sbaraglia, que pocas veces estuvo tan bien como acá, juega a un tipo de sobriedad extrema, que contrasta con varias acciones extravagantes y decisiones que pueden descolocar. De ahí que sea tan importante en la película la vestimenta que usa su protagonista. Su forma de pararse frente a las cosas y los cambios que va teniendo a lo largo del relato tienen que ver no pocas veces con la forma en la que va cambiando sus pantalones, sacos o remeras. De su estilo “Rotary Club”, que muestra a alguien atado a un comportamiento que viene arrastrando hace demasiado tiempo, pasando por su breve vestimenta de ridícula modernidad, que muestra su intento forzado de encajar en una edad que no es la suya. Llegando finalmente a su última forma de vestir, que lo hace distintivo pero no ridículo, que le permite moverse en su entorno, siendo tomado en serio, aunque sin perder personalidad. Su ropa es quizás una de las formas más contundentes que tiene la película de expresar eso que una cara más caracterizada por reprimir emociones que por expresarlas no hace.
Pero hay algo más que marca la actuación de Sbaraglia, porque me atrevería a decir que ese juego hacia lo contenido es lo que marca una parte importante de la estética de esta película. Actoralmente hablando, El gerente se caracteriza por interpretaciones discretas. Así es como vemos a Luis Luque –quien en general gusta de actuaciones desbordadas y furiosas- haciendo de un insólito dueño de Noblex amable y sentimental. O a Ignacio Saralegui, conocido hace poco por la serie Porno y helado y que cultiva también un tipo de comicidad apagada, graciosamente abúlica.
En sus mejores chistes, El gerente también juega a este tipo de humor sobrio. Un ejemplo claro tiene que ver con el momento en el cual Álvaro tiene su primera internación por un pico de presión tras tomar Absenta. La cámara toma a Álvaro luego de ingerir la bebida alcohólica mientras asegura que no le ha provocado ningún efecto. Al segundo de decir esto, en un plano general ubicado desde atrás de una ventana, se escucha cómo su halter empieza a acelerarse frente a una reacción discretamente sorprendida de Álvaro. Sin que medie ningún grito, ninguna persona corriendo alarmada, ninguna humorada basada en la exageración o la desmesura, se corta a una ambulancia yendo rápido al lugar del afectado.
No es común que el cine argentino más industrial apueste a este tipo de comedia. Pero en todo caso, hay muchas cosas que son poco comunes en El gerente. Estamos hablando de una película donde se habla de fútbol y la selección nacional, pero que no toma el camino fácil de ser futbolera ni de hacer irnos al chauvinismo barato o al culto de la hinchada y las grandes multitudes. Por el contrario, acá el resultado de un partido es importante porque signa los destinos de un protagonista y de los trabajadores de su empresa. Una película que nos amaga con una historia de amor que luego se corta por completo con una y sólo una línea de diálogo en un chiste rarísimo y bienvenido. Un relato sobre grandes empresas ganando plata donde nunca se habla de esto en términos de avaricia o materialismo tóxico de ningún tipo. También una película sobre el mundo del marketing que no cae ni una sola vez en los estereotipos de ese mundillo. De hecho, ni Álvaro ni ningún miembro de su equipo están lookeados de forma cool y sus modismos están a años luz del estereotipo de cheto. También una película que, lejos de lo que aparenta en sus primera mitad, no es tanto sobre el marketing y los negocios (que sí, está presente) sino sobre el autodescubrimiento, tanto de lo que Álvaro realmente quiere como de quién es él realmente.
Nada que no hayamos visto antes, claro, con la diferencia de que Álvaro termina descubriendo que, muy en el fondo, durante muchas décadas, era un chiflado que estaba jugando a ser cuerdo. Hay una escena en la película que habla sobre esto y que es también un chiste extraño y efectivo. Álvaro va a visitar a su ex mujer y a su hijo. De pronto, en una actitud insólita, le pide a la mujer ducharse. Un plano después encontramos a Álvaro desnudo, tomado de la cintura para arriba con su panza cincuentona, hablándole a su hijo en el baño. Sospecho que ese es el primer indicio que nos da la película de que Álvaro, en el fondo, no está sólo en busca del éxito personal y de recuperar su orgullo profesional, sino de volver con su familia. Hay allí una aspiración secreta a volver a esa cotidianeidad, y a estar en esa casa que hace años no le pertenece (de hecho, y si mal no recuerdo, nunca vemos que Álvaro esté en su casa, con sus cosas, y viviendo su vida de separado, acaso –me arriesgo a sobreinterpretar- porque nunca se siente cómodo allí). Pero también se ve allí que este hombre, miembro de las grises tropas de los oficinistas, es en realidad un excéntrico que quizás no esté tan enamorado del marketing como de la adrenalina del riesgo, que es en el fondo un aventurero con todos los peligros que eso puede conllevar.
Desde este punto de vista, uno de los elementos más habituales de El gerente es que no deja de hacerse cargo de que la apuesta de Álvaro es en el fondo peligrosa e irresponsable. Una tirada de dados que podría dejar literalmente a miles de familias en la calle. No se trata de un juicio moral, sino de otra cosa: de describir un carácter que no es ni ejemplar ni aleccionador, sino excéntrico, a veces egoísta, pero también dueño de una moral.
Uno de los mejores momentos de la película se da en el instante en que el personaje de Álvaro le confiesa tanto al personaje de Luque como al de Carla Peterson (villana a la que la película comete la inteligencia de no ir por el camino fácil de castigar) que no contrató un seguro que permitía que la empresa no hubiera ido a la quiebra de fallar el plan de Álvaro. La escena se juega sin música machacona, en el puro silencio, entendiendo que en estos momentos confesionales lo mejor es dejar que la palabra no tenga compañía musical alguna. Allí se ve tanto la mayor oscuridad de la responsabilidad de Álvaro como su ética personal de entender las consecuencias de sus actos y admitir estoicamente que no puede pertenecer allí.
La escena en el fondo, claro, es un gran cliché. Pero no deja de ser un cliché sobre un personaje curioso. Como dice el tango, hay algo de raro, como encendido en esta película detrás de su apariencia convencional. No es perfecta (la discusión entre el padre y el hijo adolece de sobreescritura, los cameos del Tano Pasman resultan muy básicos en su humor), pero sí es distinta. Y a veces, eso puede ser más valioso que la excelencia.