Hasta que la verdad los separe
Ettore Scola, un cineasta que supo mostrar como nadie la realidad de su pueblo italiano con filmes como La familia o Feos, sucios y malos, dijo que si bien la globalización del cine tiene elementos positivos, la relajación de las fronteras culturales es negativa porque impide mostrar identidades auténticas.
Al revisar el origen de El gran casamiento se descubre algo de eso. Todo comienza con una comedia francesa de 2006 titulada Mon fuere se marie, o sea, Mi hermano se casa, que parece que no es descollante. Por si esto no fuera suficiente, Justin Zackham, nuevo guionista y director, la ha deformado para aggiornarla al gusto del espectador norteamericano y convertirla en una película que pareciera querer seguir la moda de La familia de mi novia (con Ben Stiller), donde –oh casualidad– también trabajó Robert De Niro.
En el largometraje francés, los protagonistas son suizos, y tienen un hijo adoptivo vietnamita. En el norteamericano, es colombiano. El día en que la madre de este muchacho, que nunca perdió contacto con él, avisa que irá a visitarlo para acompañar su casamiento, las cosas se ponen difíciles. Los papás del corazón de Alejandro no quieren que la señora, que es bastante conservadora, se entere de que la familia está “patas para arriba” (por divorcios, peleas, infidelidades y demás), y arman una estrategia para engañarla. Lo tragicómico es que para eso, la actual pareja del patriarca de la casa, debe dejar su mitad de cama para que la ex la ocupe durante la farsa.
Algunos chistes no funcionan demasiado y otros sí en El gran casamiento, lo cual la convierte en una comedia despareja, que en cambio se beneficia de tener un gran elenco, hermosas locaciones y buena música. Le falta también un poco de coherencia interna. Hay situaciones que no se explican dentro de la lógica del argumento, y eso descoloca un poco, porque algunos personajes se vuelven caprichosos o insensatos, y algunos conceptos, como la ironía en contra de la moral petrificada, se quedan en lo banal.