“Pa’ mí que cuando uno se muere, se muere (…) Yo me fijo en los animalitos y nosotros somos animales”, dice Timoteo justo cuando acaban de armar la carpa para una de las presentaciones del circo. ¿Acaso la muerte merodee, desde el comienzo, esta escena de la carpa que centra entre líneas rojas y amarillas a Timoteo mientras surca por los cielos un pajarito casi sin que lo notemos?
El documental procura responder la pregunta de si la dificultad de mantener el circo de Timoteo después de cuarenta años de existencia es un impedimento o un sencillo reto de la cotidianidad. Vemos la interacción entre sus integrantes, vemos cómo arman los fierros para cada uno de los espectáculos; todo esto visto desde la perspectiva de los detalles. No hay grandilocuencia en la narración, sino atención a lo que cantan y rezan los integrantes circenses.
Cuando en la gira final presentada en el documental uno de los participantes canta en escena “Soy lo que soy” a medida que se va desnudando mientras los demás integrantes tararean la canción desde tras bastidores, estamos ante el reconocimiento de una trayectoria de vida. Si bien es cierto que la película tarda en tomar cuerpo por la narración en apariencia dispersa, al final hay un canto al oficio circense de este conjunto de hombres transformistas más allá de la posible ridiculez de hacerlo a la “avanzada edad” de algunos. Éste no es un documental para avalar su oficio, sino para reconocer lo celebrado en sus espectáculos.
De a poco, entre risas, se va trazando el melodrama en el documental. En escena, uno de los participantes canta “Esa lágrima que brota en el fondo de mi corazón”, mientras Timoteo (René Valdés fuera de las tablas) reza a la virgen. Y en esta escena que alterna canto y rezo notamos como espectadores un quiebre en los chistes y recorridos vistos.
Y así desembocamos, con cierto melodrama, al final lluvioso donde, entre silencios de los participantes y los ecos del show, descubrimos la inquietud que nos venía esbozando el documental a los espectadores. La salud va de la mano del arte. Lorena Giachino escamotea esta certeza cuando Timoteo gira incesantemente una botellita en sus manos se reúne con sus compañeros para hablar. El canto final de Timoteo del verso “El viento aquí se ha llevado un lamento de mi corazón” invita al sentido de que el arte, como el clima, expele los dolores del cuerpo.