EL ESPECTACULO COMO FORMA DE SUBSISTENCIA
Con el espíritu intuitivo del documental de observación, la directora Lorena Giachino Torréns se acerca en El gran circo pobre de Timoteo a un grupo de artistas circenses que recorre el territorio chileno con su espectáculo de transformismo desde hace más de 40 años. Pero, especialmente, hace foco en René Valdés, director y creador septuagenario que atraviesa una complicada situación en su estado de salud, lo que pone entre sombras el futuro del espectáculo y de la compañía. Si el material distintivo del film es la curiosidad que genera el impacto del humor provocador y sexual, y la reconfiguración de lo genérico y la exposición de lo gay en el contexto de la sociedad conservadora chilena, la película opta progresivamente por desviar su mirada hacia otros temas: fundamentalmente, la solidaridad que se respira en la comunidad circense y la incertidumbre ante la posibilidad de que el show, contrariando a la canción, no pueda seguir.
De Giachino Tórrens conocimos hace tiempo en algún Festival de Mar del Plata el documental Reinalda del Carmen, mi mamá y yo, que partía de la experiencia personal para trazar una mirada universal sobre la sociedad y la memoria. Esa fluidez entre lo público y lo privado que la directora mostraba en aquella producción, vuelve a aparecer aquí: de la alegría hiperbólica que se da sobre el escenario, a la melancolía del backstage. Incluso, en un uso inteligente del montaje, se fusiona el misticismo de René Valdés, su espiritualidad y sus rezos a la virgen con uno de los números del circo que hace gala de un repertorio indecente de humor genital. Sin caer en lo periodístico-explicativo ni en el recurso del busto parlante, El gran circo pobre Timoteo nos permite intuir la importancia de este espectáculo de transformismo, su relevancia contracultural y su elogio del desparpajo.
Posiblemente la película funcione mejor en un público que conozca al personaje de antemano, ya que por su apuesta formal nos mete de lleno en un universo sobre el que avanzamos un poco a tientas. Por eso que para algunos espectadores (entre los que me incluyo) El gran circo pobre de Timoteo tarda un rato largo en encontrar su tono, entre diálogos fragmentarios y un minucioso seguimiento del armado de la carpa. Pero cuando la presencia de la enfermedad se hace explícita y la tensión en la comunidad del circo se hace tangible, la película crece sobre la base de un tema recurrente: el espíritu del artista, su inmanente lucha contra la oscuridad que no es otra cosa que la falta de contacto con la gente, con el público, su horizonte definitivo, y contra el olvido. Claro que el marco de lo circense, del tipo de vínculos que se generan en ese universo, potencia la melancolía del relato, incluso porque se trata de un arte que en cierta medida se encuentra entre la readaptación a nuevas formas o su inexorable desaparición. Entonces el espectáculo, el show, como forma de subsistencia.