Un espectáculo itinerante como el circo lucha, como nunca, en la actualidad, por su supervivencia. Es una actividad que a lo largo de los años ha ido perdiendo adeptos, salvo si vamos a los casos de circos de renombre internacional -Cirque du Soleil o el circo chino de Chengdu, por dar algún ejemplo-, y claro, ese es otro cantar…
Y si hablamos de otros casos excepcionales, el segundo documental de la chilena Lorena Giachino registra el detrás de bambalinas del Circo Timoteo, uno de los más populares y particulares en la historia del país trasandino, fundado en 1968. El gran mérito de la película es poder hurgar, sin apelar al amarillismo o a un desdén discriminador, sobre la salud de su creador, René Valdés (Timoteo), y el espectáculo que allí llevan a cabo transformistas homosexuales.
Es posible que al público argentino le cueste sentirse atraído por una propuesta que resulte ajena a su cultura, pero, y quiero enfatizar esto, no por tratarse de artistas cuya procedencia desconocemos es motivo suficiente para darle la espalda a esta u otra película con similares cánones. Pero no nos engañemos, en Argentina, por lo general, no hay una gran atracción por los productos audiovisuales autóctonos, y estos aunque cuenten con una fuerte campaña publicitaria o la participación de actores de renombre no tienen el éxito asegurado en la taquilla.
¿Por qué sucede esto? El problema surge por la avidez del espectador argentino para consumir, gracias al costumbrismo generado por el capitalismo globalizante, productos audiovisuales norteamericanos -léase Hollywood, series de televisión o webs que ofrecen videos en demanda como Netflix-.
Que quede claro: no rechazo los productos que vienen del hemisferio norte, ni niego que el público argentino los consuma. No. No me opongo, ni tampoco aliento a la prohibición de su visionado ¿Quién soy yo para pedir eso? Ahora, lo que sí quiero que se entienda es que el público, por estar acostumbrado a consumir ese lenguaje audiovisual con sus códigos particulares, no disfruta de propuestas nacionales o internacionales -fuera de los EE. UU., por supuesto-, que son más o igual de interesantes.
Superada la barrera de lo desconocido, indaguemos sobre “El Gran circo pobre de Timoteo”. Pasada la marea de la incertidumbre sobre las personas que se ven en la pantalla, uno se da cuenta que este documental gira menos en torno al humor que al devenir del tiempo que acosa al circo y a Timoteo: la avanzada edad y su endeble salud hacen que se debata internamente si debe dejar el mundo del espectáculo o seguir.
El documental no solo sopesa el dilema de Timoteo, también lo hace al observar la convivencia entre los artistas, los preparativos para los shows y algunos sketch humorísticos que, dicho sea de paso, sirven para contrarrestar el abrumador desasosiego que la compañía lleva en sus espaldas. Alegría y tristeza se armonizan: estas dos emociones se articulan en el montaje y (de)construyen un discurso que refleja, de forma lisa y llana, lo que es vivir.
La naturalidad y candidez humana de Timoteo y su compañía son cualidades que, además de hacer avanzar el relato, los convierten en unos seres entrañables.
Puntaje: 2.5/5