La pesadilla americana
Entre la forma y el contenido queda clara la elección de Luhrmann. Si esta película fuera otra cosa, sería una drag queen; excesiva, superficial, barroca, pomposa. Una cáscara lujosa sin nada adentro.
La historia del excéntrico y misterioso James Gatsby narrada por el veterano de guerra Nick Carraway, vecino de aquel y testigo de sus interminables fiestas, nos es presentada de forma pretenciosa y con toda la prepotencia visual acostumbrada en el director de "Moulin Rouge". Detrás de la imponente puesta estética aparece, sin fuerza, el Gatsby a quien nadie conoce, y quien no tiene intenciones de ser conocido; un hombre muy joven en la década del veinte para ser tan millonario, de quien se cuentan las más insólitas historias. Carraway es el elegido para conocer la verdad y ser quien facilite a Gatsby el reencuentro con una mujer a quien hace tiempo que no ve, pero ama y desea como el primer día; aunque ella ahora esté casada y su marido tenga al famoso y misterioso magnate entre ceja y ceja.
Hay que tolerar un par de actos antes de que aparezca un relato más ordenado y focalizado en el conflicto central; y un poco más para que algo en medio de semejante parafernalia sacuda al espectador.
Tobey Maguire repite aquí sus habituales muecas de joven pavote e inocentón, en contraparte a un DiCaprio bien plantado, que construye con solvencia su propio Gatsby. Por su parte, Joel Edgerton aparece sobreactuado mientras Mulligan aporta su característica fragilidad, no sin cierta afectación.
Queda claro que la sutileza no es lo de Luhrmann, quien con tan cuidada -y artificiosa- fotografía, más el 3D, no logra simbolizar lo que Fitzgerald supo sugerir, con simpleza, en su novela; un clásico libre de artilugios.