Romeo + Rouge + Gatsby
Escrito por F. Scott Fitzgerald en 1925, El gran Gatsby fue una melancólica advertencia hecha en plenos “años locos” sobre las frivolidades del Sueño Americano. Que sea Baz Luhrmann quien adapta la nueva versión fílmica es curioso, tratándose del realizador de frivolidades como Romeo + Julieta (1996) y Moulin Rouge (2001) – películas apasionadas y sin duda ambiciosas, pero hechas con más estilo que sustancia. Su nuevo film sufre la misma suerte.
Internado en un asilo a modo de marco narrativo, el narrador Nick Carraway (Tobey Maguire) recuerda el verano en el que se mudó a West Egg, suntuoso barrio neoyorquino donde allá por los ‘20s los neuve riche andaban de fiesta en fiesta, celebrando la bonanza del alcohol y “quebrando cosas y seres antes de retraerse tras sus riquezas”. Nick es un intruso en la alta sociedad, pero pasa desapercibido junto a sus amigos, los ricachones Tom (Joel Edgerton) y Daisy Buchanan (Carey Mulligan).
De todos los anfitriones, el más misterioso y millonario es Jay Gatsby (Leonardo DiCaprio), popular por sus fiestas orgiásticas y una colorida vida que parece cambiar depende a quién se le pregunte. Pero Gatsby rehúye la compañía de otros – es un anónimo en sus propias fiestas – y detrás de su opulenta fachada esconde una inmensa tristeza. Nick se fascina por el hombre – ¿quién es y de dónde viene? – y Gatsby recluta su amistad para acercarse a la mujer que ama.
Luhrmann, que ama modernizar el pasado con pirotecnias y anacronismos, busca adaptar de la novela original no el tono o estilo de la época sino su espíritu, inocente y decadente a la vez. No lo logra del todo, pero DiCaprio triunfa a nivel personal, encarnando un Gatsby amargado y vulnerable cuya cualidad principal es tanto una virtud como un pesar: la esperanza de un final feliz. Edgerton roba el resto de las escenas como un dandy tan engreído que no sabe que es el villano de la historia.
Las decisiones estéticas son menos acertadas. Las fiestas en casa de Gatsby – montadas con la misma energía hiperkinética de Moulin Rouge – tienen la autenticidad de una fiesta de disfraces con temática de los ‘20s, raves de cámara lenta en la que los personajes podrían estar bailando a lo robot en cualquier momento. La música está compuesta por hip-hop y derivados, remixados por el rapero Jay-Z. La banda sonora de Moulin Rouge recorría un enorme espectro de géneros a modo de celebración del fin de siglo – tanto del XIX como del XX – pero en El gran Gatsby la alegoría entre el jazz y el hip-hop es imperfecta y no termina de cuajar.
Cabe destacar que la película ha sido rodada (no convertida) en 3D, recurso improbable para una historia tan poco espectacular. Luhrmann saca provecho de las escenas de fiesta iniciales, pero la película abandona la pompa y el esplendor hacia la mitad y nos quedamos con un drama de recámara en tres dimensiones, lo cual es un plus para el elenco pero rinde inútil el 3D.
El resultado es una película hecha con talento pero con hincapié en todos los lugares incorrectos. Su mayor mérito quizás sea intentar distinguirse de las versiones más lacónicas de la historia, aunque sea superficialmente. “Y así vamos hacia adelante, botes que reman contra corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado”, termina la novela. Puede que Luhrmann se inspirara en la frase, aunque sea malinterpretándola.