Había un personaje argentino en una película que hablaba de deseo, fuego, pasión, sospecha, ira y traición... y ahí gritaba y arrancaba Roxanne en ritmo de tango.
Esa escena, quizás en mi top ten de la historia de los apasionados momentos que viví en una sala de cine sucedía en Moulin Rouge.
No puedo evitar ponerla en esta crítica para que se entienda todo lo que voy a escribir después
Si fuiste de los que se volvieron locos con Moulin Rouge, te digo que a El gran Gatsby le falta eso: Roxanne.
Le falta la explosión de la locura. Que todo se desbande de una manera tan prolija como Luhrmann lo hizo en con Moulin y también con la más loca y arriesgada Romeo y Julieta.
El gran Gatsby tiene un arranque maravilloso, y me dio la ilusión de que volvería a ver otra obra maestra, pero se queda en ese amague.
Baz, mi amigo Baz, tiene momentos brillantes y de hecho utiliza muchos recursos ya mostrados en Moulin, como el movimiento rápido aéreo seguramente sobre maquetas en la era de Moulin y ahora con el arte digital.
También le gusta pasar mucho con la cámara por encima de un cartel como también hizo en aquel entonces.
Pero por momentos la película se parece mucho más a lo que hizo en Australia, quedándose en algo edulcorado.
Las actuaciones son brillantes en todos los niveles, y realmente me encanta que haya tenido a Carey Mulligan como musa inspiradora, porque al igual que en la era de Nicole Kidman sin todo el botox actual, tiene sus facciones muy angelicales y justifica el enamoramiento de los personajes y el de la cámara en si sobre ella.
Muy buena música que va apareciendo de a ratos, muy al estilo de Romeo, y a destiempo de la era en la que transcurre.
En todo eso es un Baz Luhrmann auténtico, pero le falta la garra, la pasión y la locura que logró antes.
Estimo que quien no la asocie con Moulin verá una película muy bien realizada, con un gran elenco, pero a mi que este tipo me marcó cinematográficamente para siempre con aquella obra, me quedé con sabor a poco.