No hay mucho para decir de la historia de “El gran Gatsby”. Fue escrita por F. Scott Fitzgerald en 1925, y desarrolla la historia de un enigmático personaje, excéntrico y multimillonario, que organizaba fiestas y agasajos con la sola idea de esperar que un día se presentara la mujer que alguna vez amó, pero luego perdió a manos de un destino que lo llevaría a la guerra.
Tanto en la novela como en las dos adaptaciones para el cine (hubo tres pero de la de 1926 no queda copia alguna, y también hubo una versión para la TV, en el 2001), la historia se narra en primera persona. Un yo observador que nos introduce en este mundo de pompa y boato, con mucho charleston y desprejuicio, en una sociedad que se debatía entre clases muy altas y muy bajas, la ley seca, y el comienzo del fin: los instantes de la historia previos a la gran depresión de 1929.
Nada ha cambiado entonces. Nick Carraway (Tobey McGuire) es el mismo corredor de bolsa que se instala en una casa mediocre, justo al lado de la suntuosa mansión de Jay Gatsby (Leonardo Di Caprio), el hombre obsesionado con Daisy (Carey Mulligan). ¡Oh casualidad!, Nick es primo de ésta, y Gatsby no pretende otra cosa que reencontrarla.
Salvo por las características propias de lo que se consideraba y considera técnica de actuación, no hay grandes diferencias entre los Gatsby de Alan Ladd (1949), Robert Redford (1974), o Di Caprio. Son buenas actuaciones, respetando un personaje que requiere mucha prestancia y gestualidad mínima para marcar los estados de ánimo en forma muy minimalista. Lo que es extensivo el resto del elenco. La mayoría de los diálogos se mantienen intactos, así como la impronta de cada personaje, los conflictos, y también las subtramas que ayudarán a construir el drama trágico ya conocido.
Luego, si todo está igual, ¿cuál es la diferencia? ¿Por qué vale la pena ir a ver esta versión 2013? Primero por lo mismo de siempre: una buena historia de amor bien contada es efectiva e interesante; Segundo por el glamour que remite a la época dorada de Hollywood, esa que convertía a cada película en un mega evento; Por último, y no menos importante, porque Baz Luhrman es un realizador que propone. Le puede gustar más o menos, pero siempre propone. Lo hizo con su mejor película, “Baila Conmigo” (1993), luego en esa controversial versión de “Romeo y Julieta” (1996, también con Leonardo Di Caprio), y ni hablar con “Moulin Rouge” (2001), la cual bien podría servir como antecedente de su “El gran Gatsby”.
Claro, la estética es el punto a destacar. La tecnología le permitió digitalizar un travelling aéreo entre Brooklin y Long Island. En más de una oportunidad la cámara "viaja" de un punto al otro como buscando la aguja en el pajar hasta encontrarla.
La misma espectacularidad se logra con el vestuario, cuidado al detalle, la dirección de arte minuciosa, y por supuesto la dirección de fotografía que logra amalgamar los efectos visuales con los exteriores reales.
Paradójicamente, lo único que esta vez parece salido de eje es la música (fundamental en la filmografía del director). Vemos a los invitados coreografiados a ritmo del charleston mientras suena un tremendo hip hop, que además de no sincronizar, distrae de la idea de la imagen. Esto de mostrar la decadencia moral de una sociedad a partir de los excesos y el derroche se ve desdibujado en esos planos generales de la mansión en fiesta con música discordante. No así en el resto de la película, donde la selección de temas refuerza, más allá del contraste, las imágenes de los años ‘20 y la música del siglo XXI.
No podemos decir que el director sea el inventor de nada, pero sí uno que no se conforma con la lectura clásica. Luhrman es de esos tipos que se hubiera sentido cómodo en los happenings de Andy Wharhol, cuando el concepto del pop estaba en sus orígenes. Es la representación cabal del artista pop de nuestros tiempos con todo lo que esto significa.
Por lo demás, el producto funciona porque tiene detrás una historia que lo respalda, y cuenta con una dirección vertiginosa disimula muy bien las dos horas y pico sentado. Eso es entretenimiento.