Película despareja e indecisa. Pero no sigilosamente. El gran Gatsby es elefantiásicamente despareja e indecisa. Baz Luhrmann intenta hacer otra vez Moulin Rouge! , su película de 2001 (que también abrió Cannes), su obra máxima y una película maravillosa, extraordinaria. Lo que había salido bien allí descansaba en componentes que en El gran Gatsby no se hacen presentes: en primer lugar, los personajes de Moulin Rouge! eran de una tremenda simplicidad (la prostituta de buen corazón, el poeta soñador y enamorado, el villano rico y mequetrefe). Así encajaban mejor, de forma más fluida, con la hiperestilización del color, del diseño de producción y de la música. Eran personajes sólidos y seguros de no necesitar matices. No es así en El gran Gatsby que, al basarse en una de las grandes novelas de la tradición estadounidense, vuela menos libre que Moulin Rouge! (vagamente ligada a La dama de las camelias ).
En realidad, ese vuelo menos libre es decisión de Luhrmann, que hasta imprime texto en pantalla y en relieve 3D (por otra parte muy bien utilizado, con profundidad pictórica para resaltar los impresionantes decorados). No está necesariamente mal el uso "material" de palabras en el cine, el problema de la versión Luhrmann de la novela de Fitzgerald es que esas palabras parecen provenir de otro mundo, de otro cine, que no casa bien con el despliegue frenético de decorados, bailes, vestidos, lujos, cortes de montaje, música extemporánea (hasta hip hop) para recrear unos años veinte del siglo XX que más que lujosos son un derroche bombástico, delirante. El pulso de baile de la película en su primera mitad, de grandilocuencia en las imágenes y en el movimiento, engulle cualquier palabra pretendidamente literaria. Moulin Rouge! triunfaba porque no le importaba tomar el cine y la música pop y remixarlos sin necesidad de establecer tradiciones y citas claras, y su fin de siglo XIX en París no tenía pretensiones de anclaje alguno en la realidad histórica, social, económica. En El gran Gatsby la novela pesa, y Luhrmann deja que pese; y la versión de 1974 con Robert Redford pesa también (inexplicablemente). Y pesan la historia, la economía, los años veinte previos a la gran crisis financiera. Puesto en cine, el personaje de Gatsby se acerca demasiado al símbolo, a la metáfora, y Luhrmann no lo rescata, a pesar de que DiCaprio entrega una actuación con una fuerza tan contenida como evidente. Por su parte Daisy, en la piel de Carey Mulligan, evidencia en demasía que Gatsby está más enamorado de estar enamorado y de su tenacidad que de ella.
A pesar de los defectos apuntados, y del accidente contado con un ralenti criminalmente feo, unos cuantos segmentos -la fiesta en la que aparece Gatsby, especialmente- son esplendorosos, y por momentos hasta parece que la película puede volverse pasional sin necesidad de estar tan atada a la historia del joven Nick Carraway que conoce al misterioso y poderoso Gatsby, al amor de Gatsby por Daisy casada con Tom, etc. Pero Luhrmann no se juega, y tampoco apuesta del todo por hacer una película más apoyada en la historia americana: no se decide, la película se siente tironeada por demasiadas fuerzas y la intención de inyectarle Moulin Rouge! tiene resultados intermitentes. El gran Gatsby dice con claridad que no se puede repetir el esplendor del pasado, al menos no con una misma receta para ingredientes tan distintos.