¿Qué mejor candidato que Baz Luhrmann para trasponer la caótica década del '20 que transmitió durante años la prosa de F. Scott Fitzgerald? La idea de glamour inherente a la novela le sentaba de perlas a quien supo destacar el arte en su filmografía pero, en cierto punto, el director se perdió a si mismo en la grandeza que resultaba adaptar un icono de la literatura y The Great Gatsby es lujo en desmesura pero carente de afecto.
Así de ambiciosa como se percibe por los adelantos, detalle clave en toda producción del director australiano, es un cuento repleto de fastuosidad, celebraciones interminables, amores imposibles, traiciones y, a fin de cuentas, los excesos de la riqueza y la imprudencia propia de la juventud. Los avances técnicos de la época permiten que la acción transcurra en una digitalizada ciudad de Nueva York, brillante y reluciente, donde muy pocas veces hay una inmersión hacia los sectores oscuros y sucios de la urbe. Uno de los puntos claves, y el sólo mérito de asistir al cine a ver el despliegue en pantalla grande, son las fiestas organizadas dentro del palacete que posee el misterioso Gatsby. Con la ayuda de la banda de sonido a cargo del músico Jay Z, quien logra una conjunción idónea entre sonidos del pasado y actuales, las bacanales derrochan los elevados diseños de vestuario, cinematografía y producción. Aumentadas con la dimensionalidad que otorga el 3D, las reuniones son un punto fuerte, que determinan el telón de fondo para el desarrollo de los personajes.
Al ritmo de Crazy in Love de Emeli Sandé y A Little Party Never Killed Nobody de Fergie se presentan los personajes, conducidos por el Nick Carraway de Tobey Maguire. Él es el narrador absoluto, contando la trama a través de sus propios flashbacks mientras escribe sus memorias de los años turbulentos que pasó en Nueva York. Carraway es descrito en la novela como una persona cínica y recelosa de los desconocidos, en el film es una criatura inocente que entra en confianza enseguida con su entorno. El carácter y la actitud noble de Maguire lo hacen un candidato ideal para trabajar la idea y el mito de Gatsby como su mano derecha y confidente. El gran playboy americano se encarna en la piel de un Leonardo DiCaprio que nació para este papel. Cada gesto, cada sonrisa, cada frase destilan una clase elevada que otro actor no hubiese podido emular. La delicada Carey Mulligan también parece cortada para la parte de Daisy, una joven que vivió siempre rodeada de dinero y ahora, tras la reaparición de su viejo amor, ve su mundo trastocado. El trío de Maguire, DiCaprio y Mulligan tiene chispa y se ve bien acompañado por el férreo Tom Buchanan de Joel Edgerton y las bellezas de Isla Fisher y Elizabeth Debicki.
Durante la primera hora de metraje, las fiestas y la imagen escondida de Gatsby son un aliciente para mantenerse ocupado desentrañando la figura del millonario. La revelación encantadora de Leonardo, con una copa de champagne en sus manos, trae aparejado un desliz narrativo importante. La historia de amor se deja ver infantil y sencilla, sin muchos matices, aunque ciertos giros en el tercer acto logran retomar esa idea de cinismo egoísta que intenta actuar como moraleja. Como adaptación de la novela, no se le puede buscar peros porque el guión de Luhrmann y Craig Pearce se mantiene fiel al texto de Fitzgerald, incluso en la traslación de pasajes y líneas del libro.
A pesar de ser una novela corta, The Great Gatsby tiene una duración de unos 140 minutos un tanto excesivos, aunque a gusto con los anteriores films del director. Las dos horas y media se sienten, pero el esplendor americano se deja ver, así como también una brillante producción y una ferviente caracterización por parte de DiCaprio son los puntos a favor que tiene esta nueva adaptación de un clásico que, detrás de tanta opulencia, no encuentra asidero para contar una historia única e irrepetible.