Historia de amor ampulosa
El filme de Baz Luhrmann se mete con la clásica trama de amor, pero su contenido es escaso. DiCaprio y Mulligan salen adelante con su presencia.
Si Baz Luhrmann había atacado un clásico de Shakespeare en Romeo + Juliet (1996), quienes preveían que al abordar la novela clásica de la literatura norteamericana El Gran Gatsby iba a apropiarse de ella, y dar otro espectáculo a la Moulin Rouge... pues bien, estaban en lo cierto.
El realizador australiano es cinematográficamente operístico. Le gusta lo ampuloso, lo rimbombante, y no teme mezclar no ya géneros sino músicas, como incluir hip hop en plena era del jazz de los años ’20. A Luhrmann la historia del joven pobre que se hizo rico sólo para reconquistar al amor de su vida le interesa para desplegar toda su imaginería visual, en un marco de dirección artística espectacular (decorados, vestuario, iluminación y recreación de la Nueva York de los ’20 -digital y en estudios en Australia, por cuestión de costos)-, pero con contenido escaso.
A Luhrmann nadie podrá decirle que no es un romántico. Empedernido, y manipulador, sí, pero en sus cuatro largometrajes -sumemos su opera prima, Strictly Ballroom, que como Moulin Rouge estuvo en Cannes- lo central son historias de amor en las que a los amantes les cuesta reunirse. F. Scott Fitzgerald fue claro en su novela: Jay Gatsby asciende en una sociedad con dobleces, corrupción y lujos desmedidos, y toda la fortuna que llega a amasar la utiliza para reconquistar a Daisy Buchanan, que no la esperó a su regreso de la Primera Guerra Mundial, y está mal casada con Tom.
Esta sexta adaptación de la novela tiene a Leonardo DiCaprio y Carey Mulligan como su interés romántico -como Robert Redford y Mia Farrow lo fueron en la más recordada versión en cine, con guión de Coppola-, y a Tobey Maguire como Nick Carraway, el primo de Daisy y ocasional vecino de la mansión de Gatsby que lleva adelante el relato. Pero si hacer que Carraway le cuente lo sucedido en el pasado a un psiquiatra en un asilo puede sonar un despropósito antes que un guiño al autor de El último magnate, que el ex Hombre Araña sea quien lo interprete es un error de casting.
DiCaprio y Mulligan salen adelante con lo que tienen: presencia, talento, aunque aparezcan como flotando entre tanto lujo, fiestas y en medio de un 3D cuya razón no justifica la historia, y sí el desmadre y espectáculo que busca el director.
El éxito de El Gran Gatsby en Norteamérica hizo pensar a quienes no vieron el filme que se trataba de una zancadilla a los blockbusters de Hollywood, como Iron Man 3. Pero no: El Gran Gatsby no es una realización donde pese más el cine de autor o su calidad artística, sino que es otro blockbuster, un tanque donde no hay superhéroes pero sí grandes estrellas. Que es, hoy por hoy y desde donde se lo mire, más o menos lo mismo.