La puesta se impone al texto de Fitzgerald
En 144 largos minutos, Baz Luhrmann nos presenta la cuarta versión de la novela de Scott Fitzgerald sobre un nuevo rico que quiere recuperar a su novia casada con otro, romántico criminal destrozado por "esa basura hedionda que flotaba en la estela de sus sueños", su propia Dulcinea y el marido, "personas descuidadas que cuando dañaban las cosas y a las personas se refugiaban en su dinero o en su gran indiferencia". La primera versión, ya se sabe, data de 1926, acá se conoció como "La dicha de los demás", y está perdida.
Al comienzo de la novela, el narrador evoca un consejo de su padre: "Cuando sientas deseos de criticar a alguien, recuerda que no todo el mundo ha tenido las mismas oportunidades que tú tuviste". En la película solo leemos "siempre intenta ver lo mejor de la gente". Siguiendo esa máxima, esta reseña apenas debería decir que los actores actúan bien, cada departamento creativo muestra sus enormes capacidades, hubo trabajo abundante para todos y todas, la plata entera del presupuesto se ve en la pantalla, hay partes de sorprendentes y admirables efectos hechas con técnicas de última generación, y, dentro de lo que cabe, la adaptación es bastante fiel a la historia original, incluso a varios de sus diálogos. Fin.
El detalle es que la puesta se impone al texto, y además cansa. Apabulla el ostentoso catálogo de efectos digitales de toda clase, la sucesión de ampulosas escenografías, el despliegue de extras y música extemporánea, desde Cole Porter a U2 y más abajo, los antojos de baile y vestuario, los agotadores movimientos de cámara, las representaciones exageradas de fiestas y fiestitas, el disparate de poner al narrador escribiendo esta misma novela en una clínica de recuperación de alcohólicos, etcétera. Se salva el 3D, bien usado, aunque en la escena donde DiCaprio señala las estrellas, más que un enamorado parece un conferencista con diapositiva al fondo. La imposición de artilugios solo se detiene en ocasiones memorables, por ejemplo cuando al fin los personajes se reúnen a discutir en una habitación, y ahí cada intérprete luce su parte. Pero son sólo unos minutos en medio del fárrago.
Recapacitando, esta película tiene otro mérito: nos hace valorar un poco la versión de 1974 con guión de Francis Ford Coppola en su mejor época, y hasta la versión de 1949 con Alan Ladd que además solo duraba 91 minutos. Y otro más: la primera fiestonga muy al gusto Ken Russell nos obliga a estudiar porqué Baz Luhrmann, con mayores posibilidades, alcanza menos fuerza dramática que Russell allá por los 70. Ultima observación: los subtítulos finales dicen que "Gatsby creía en el futuro orgásmico". La novela dice, más bien, "el futuro orgiástico que año tras año retrocede ante nosotros". Es cierto, muchas orgías incluyen orgasmos, pero Fitzgerald profetizaba una que culminaría en el crack de 1929.