En el filme de Steve Miller, el robo a un banco deriva en una trama complicadísima de revanchas, ajustes de cuentas, venganzas y supuestas redenciones.
¿De dónde vendrá la idea de que para contar cualquier tipo de conspiración es necesario un relato complicado? Lo más conveniente sería exactamente lo opuesto. Lo cierto es que El gran golpe comparte ese prejuicio narrativo y expone su historia en la forma de un enorme rompecabezas.
En buena parte de la película, no se sabe cuál es el sentido de lo que se nos están mostrando. Pero la confusión no se debe a ese efecto que describen tan bien los versos de Shakespeare "un cuento contado por un idiota lleno de ruido y de furia" sino a que los guionistas parecen jugar a las escondidas con los espectadores y suministran la información de manera arbitraria y desordenada.
Todo empieza con un robo multimillonario a un banco cuyo dueño y principales clientes no son precisamente ejemplos de honestidad financiera. Los ladrones están enmascarados y exhiben un grado de profesionalismo y un tipo de equipamiento tecnológico que hacen pensar en un objetivo mayor que los dólares. Pero ya en las primeras escenas hay una afectación –visible en el abuso de la cámara lenta– que marcará el tono del resto: grandilocuente, ambicioso e incapaz de cumplir ninguna de sus promesas.
El robo al banco deriva en una trama complicadísima de revanchas, ajustes de cuentas, venganzas y supuestas redenciones sostenidas en personajes cuyas mentes parecen calcadas de una manual de introducción a la psicología. Todo agravado por el hecho de que el director, Steven Miller, no encuentra nunca la forma más apta para mostrar el pasado oscuro de donde proviene esa maraña conspirativa.
La abundancia de protagonistas también aporta piezas que no encajan en el rompecabezas. Aun cuando el agente del FBI interpretado por Christopher Meloni (en un papel calcado de sus 20 años de detective en La ley y el orden) ocupe de modo intermitente el centro de la acción, hay que sumarle el banquero (que encarna un Bruce Willis impasible hasta la apatía), un policía con ínfulas de Robin Hood (Johnathon Schaech) y otro oficial del FBI de comportamiento ambiguo(Adrian Grenier).
Tal vez la figura del rompecabezas fallida no sea la que mejor se aplique a El gran golpe, porque la verdad es que en determinado momento uno tiene la sensación mucho menos intelectual de estar asistiendo a esos números de circo donde el malabarista es reemplazado por un payaso que no sabe qué hacer con los palos, los anillos y las bolas que le arrojan desde todos lados.