Es una película que comienza con el robo a un banco, cronometrado perfectamente. Los asaltantes usan unas terroríficas máscaras de hierro, armados hasta los dientes, no hablan, dan instrucciones a través de teléfonos inteligentes que amenazan con hacerlo estallar todo, mas los tiros y muertes. De allí vienen los nombres atractivos: Bruce Willis como el banquero gélido cuyas sucursales son asaltadas. Christopher Meloni que durante años fue protagonista de “La ley y el orden. Unidad de victimas especiales” es un honesto representante del FBI. Lo curioso es que la única huella obtenida en el banco asaltado corresponde a un soldado muerto, hermano del banquero. Hasta ahí pinta mas o menos bien una intriga que sin embargo se complica porque si. Con problemas políticos, chantajes a figuras del poder, un operativo militar tramposo, un cuerpo del muerto que nunca apareció, policías corruptos, agentes dobles, un narco preso que mato a la esposa del agente del FBI en una historia paralela, y por si fuera poco, los ladrones que hacen importantes donaciones benéficas. ¿Se entiende? No del todo. La película resulta en principio entretenida pero luego avanza en tantos frentes, con una compaginación fragmentada que corre el riesgo de confundir al espectador. Es como si los guionistas no estuviesen conformes con un planteo inicial bastante bueno y creyeron que estaban construyendo una obra del policial de marca mayor pero sin lograrlo.